Un baile bajo la luna

2023-08-18 Ernesto Chacón

La luz de la luna irradiaba en el bosque, reflejándose, como si fuese un espejo en las cristalinas y suaves aguas del lago. En la orilla, dos personas estaban sentadas sobre un tronco cortado. Uno vestía completamente de negro, con un traje formal, luciendo una corbata tan elegante y hermosa de la misma forma en la que pavo real alza sus plumas. La otra persona era una mujer que llevaba puesto un vestido blanco con una leve pero notable aura brillante a su alrededor, sus ojos cálidos y sonrisa tierna eran capaces de cautivar a cualquiera. Seres tan opuestos el uno del otro como el agua y el aceite compartían una grata charla aquella noche.

En cada luna llena se reunían en ese lugar para conversar. La conexión entre ambos era única a pesar de sus notables diferencias, desde un tiempo decidieron que este sería el punto ideal para encontrarse.

 —¿Cuándo fue la primera vez que sentiste algo por ellos?

—Mmm, siempre he podido sentir algo por ellos. Cada una de las emociones que experimentan al momento de mi llegada… yo también puedo sentirlas.

En un instante de la conversación, el hombre vestido de negro se levantó y fijó su vista frente a las aguas del lago. En ella se reflejaba la figura de la luna y a un costado la oscuridad misma enfrente.

—Entonces, ¿estás diciendo que eras indiferente?

—De cierta manera. Pero, hubo una ocasión en particular, es extraño decir esto, pero sentí empatía y compartí el dolor de aquellos dos como si fuese mío.

La mujer de blanco se levantó del tronco para colocarse detrás de él, colocó sus brazos alrededor de su cintura y aún estando de espaldas lo abrazó. El hombre acarició sus manos y alzó la mirada observando las estrellas, pintó un hermoso paisaje en el maravilloso lienzo que les brindaba el cielo.

—Está bien si estás confundido. Algunas veces puede sucedernos ¿Quieres contarme qué fue lo que te hizo ver más allá en esa ocasión?

Se giró para mirarla y tomó de las manos de ella, la acercó a su cuerpo y comenzaron a bailar. Mientras movían sus cuerpos al compás de la orquesta de las aves que provenía de los árboles él comenzó a hablar.

—He conocido a muchas personas en este trabajo. He recorrido muchos lugares recolectando las almas de aquellos a los que su tiempo finalmente termina y puedo sentir todas las emociones que experimentan como el miedo, el terror, la desesperación y al final de todas la calma. Algunos se resisten a su final mientras otros me esperan con ansias deseando el alivio que la muerte puede brindar. Pero hubo una ocasión en particular que me hizo conectar por primera vez con ellos. A ver, siempre estoy en el momento indicado en el que debo estar sin intervenir en las situaciones que ocurran, todo debe ser como debe ser, un orden perfecto en el que no tengo permitido intervenir. Observo a mi alrededor y siempre sé a quienes debo buscar, percibo la desesperanza y es su propio miedo el que me hace ir a ellos.

—Eso suena un poco tétrico y aterrador.

—Ja, ja, ja, lo es.

La pareja se detuvo por un momento, la miró a los ojos, ella notó cierta nostalgia que le pareció tierna, pero aterradora, pues nunca había visto a la muerte de la forma en cómo se reflejaba aquella noche… tan vulnerable.

—Una pareja había ingresado a un hospital —continuó su relato— estaba en malas condiciones y era un nido infestado de enfermedades y desgracias. Estos jóvenes eran de escasos recursos y no podían pagar una buena atención médica. Uno de ellos, la mujer, se encontraba en muy mal estado y al llegar a la sala de emergencia los paramédicos la colocaron en una camilla cerca de una toma de oxígeno que le suministraron. La chica no se veía para nada bien. No sé el motivo por el cual estaban allí y tampoco era de mi interés saberlo en ese momento para ser completamente honesto, aun así, algo llamó mi atención. La mirada del chico reflejaba miedo, el mismo que ella en algún momento debió haber sentido.

—¿Debió? ¿Quieres decir que ella no tenía miedo?

—Sí, eso fue lo que me cautivó. En ese momento, en ese estado tan lamentable, ella estaba tranquila. No podía sentir que era lo que ella estaba sintiendo o tal vez sí, pero no lo entendía, no lo sé. El muchacho la sujetaba con fuerza de la mano y ella con la poca fuerza que le quedaba apretaba la mano de él. No sé de qué hablaron, pero ella se veía bastante feliz de que él se encontrara a su lado, por otro lado, el chico parecía una fuente de agua que manchaba desde su camisa hasta el piso. Recuerdo que él la beso en la frente y ella le sonrió levemente mientras le susurraba algo al oído.

—¿Pudiste oír lo que ella le dijo?

—No, no me preocupé por escuchar lo que hablaron. Lo cierto es que sea lo que sea que ella le dijo, terminó por destrozar al muchacho. Tal vez por fuera no lo demostraba, imagino que para no preocuparla, fue una mezcla de emociones, sentimientos, y empeoró con cada segundo que pasaba. Los latidos de su corazón parecían golpes de tambor frenético, uno detrás de otro, incesantes y descontrolados. Pero llegó un momento en el que ella dejó de responder y su mano dejó de apretar. El muchacho cuando vio a sus ojos se dio cuenta de que el brillo de la chica había desaparecido y que lo que sostenía con tanta fuerza en sus manos eran los recuerdos de un cascarón que ahora estaba vacío.

La muerte miró al cielo, sus vestimentas negras daban la impresión de ser alguien a quien no quieres encontrarte alguna vez en tu vida. Incluso así, en ese momento parecía tan frágil e indefenso y ella lo sabía.

—Una orquesta pudo haberse hecho aquella noche con los gritos de aquel moribundo hospital. Ese mismo día en ese mismo lugar tuve que recoger muchas almas, no solo la de aquella joven, hice una pequeña pausa para verla a los ojos. El brillo púrpura se mezclaba con la luz tenue de la mujer, de los miles de sentimientos que pudo haber experimentado, el de aquellos dos enamorados estuvo persiguiéndome por un tiempo. Las emociones que desprenden los seres humanos pueden ser desgarradoras. El joven se mantuvo a su lado por un tiempo, algo dentro de mí me pidió observar la angustia de las almas que aún no puedo recolectar. El final de una historia puede ser tan doloroso, muchos no están preparados para ello y quizás algunos nunca lo estarán. Y es ahí cuando te pregunto, ¿cuál es el sentido de vivir, de reír y disfrutar si tarde o temprano tienen que venir a mí? Explícame vida.

La mujer se alejó unos pasos y sonrió, su aura brillante se mantenía leve y tenue para el momento y eso era algo que generaba un fuerte calor dentro del pecho de muerte. Desde el principio y cuando llega el final ellos siempre están conectados el uno del otro. Siempre deben encontrarse.

—De eso se trata estar vivo —respondió vida— muerte, yo soy tu contraparte, para ellos los recuerdos que viven y experimentan son los que los convierten en los seres maravillosos que son. llenos de experiencias que los llenan de las mismas emociones que tú experimentas pero que no comprendes. Cuando viven el presente y sienten esos instantes que los hacen sentir tristes, alegres e incluso eufóricos y llenos de confusión de no saber que los deparara cualquier decisión que tomen, ese es el verdadero sentido de estar vivo, sentir, eso solo se va cuando dejan de respirar. Cuando tú, amado mío, vas para guiarlos.

—¿Pero qué hay de los que mueren sin haber experimentado alegría? Aquellos que solo han conocido la desesperanza —preguntó muerte.

—Para algunos este regalo no es hermoso como me hubiese gustado. Y por muy irónico que suene, oh muerte, yo no tengo el control, sobre todo. Les otorgó la oportunidad y ellos deben escoger la forma para utilizarla.

—Suena algo muy injusto.

—Lo es, pero, aun así, no dejan de sentir emociones. Recuerdos que para algunos son fugaces y felices… y para otros tristes y desesperantes. Para ese último grupo estás tú. Eres el único que puede brindarles lo que la vida nunca pudo, un descanso libre de preocupaciones y una mano cálida en donde poder sostenerse. Como a la chica de aquel hospital, a ella pudiste darle paz en el momento en el que más lo necesitaba.

En silencio la vida se acercó a la muerte, se tomaron de las manos y comenzaron a danzar, el choque entre la luz y la oscuridad era tan armónico que deslumbraba todo el lugar. 

Como la dirección de un director de orquesta que dirige los pasos de sus alumnos, alzando las manos; arriba, abajo, formando una hermosa melodía que inunda todo el escenario. Se quedaron quietos por unos segundos y viéndose fijamente a los ojos la conexión entre ambos logró completarse. La calidez de la mujer inundó el pecho del hombre, así como los perforantes ojos y ese brillo purpúreo del hombre penetró en el alma de la mujer. La luna los iluminaba tenue y el silencio reinó en todo el bosque en ese instante.

—Yo debo empezar una historia y tú…—dijo la vida.

—Yo debo terminar una historia —respondió la muerte.

La oscuridad miró a los ojos de la luz. Una chispa se encendió en ambos. En aquel momento se despidieron el uno del otro. Uno para empezar y otro para terminar. Pero comprendiendo que cada uno necesita del otro para poder ser y estar.

Ernesto Chacón

Nací en Caracas el 01 de julio del año 2001, sin embargo actualmente estoy residenciado en los valles del Tuy, el estado Miranda en el pueblo de Cúa Soy una persona a la que le encanta escribir poemas, historias y cuentos de diferentes tipos. Mi principal objetivo a la hora de plasmar mis ideas en el papel es por transmitir alguna emoción al lector con mis relatos, tratar de que puedan sentir lo mismos que mis personajes o mis palabras quieren reflejar. Tratando siempre de dejar un mensaje o alguna emoción en quien lea mis palabras.