Sueños de Libertad

2023-08-17 Ramón Raúl Gómez

Alcé la mirada hacia el horizonte, observando a las personas ocupadas en su día a día, me sentí fuera de lugar, pensé que tal vez ese deseo de ser libre del sistema solo era cosa mía y tal vez de algunos pocos más. Lamentablemente, esta gente parecía haberse acostumbrado a la constante situación de desventaja a la que cada vez nos vemos expuestos, generada por el grupo que dirige este territorio, ya sea por interés, negligencia o simplemente desacierto.

Ya hacía tiempo que me había decidido a dejar de quejarme por una situación creada por otros y, en cambio, hacer algo al respecto. Nunca fui bueno en las peleas, así que debía encontrar otra forma de lucha o, de lo contrario, me vería en una irremediable desventaja y probablemente perdería. Pues bien, fui a cada una de las convocatorias que los líderes

políticos de una llamada oposición al Gobierno hacían, en ellas corroboré que la violencia no era lo mío y que no se trataba de tener fuerza física o no, sino de lo que alberga tu corazón. No todos tienen la voluntad de agredir o dañar. También comprobé y visualicé algo de lo que los políticos no hablan: el odio y resentimiento acumulado. El pueblo ha sido oprimido y privado de las más básicas condiciones de vida, cuando le dan la oportunidad de expresarse o de luchar por su propia libertad, todo ese odio y sed de justicia por tanta humillación se evidencian, se mezclan esos sentimientos de libertad, dando forma a una amalgama de emociones no tan nobles como la primera y, a la vez, bastante distante de ella. Son sentimientos de emociones desbordadas que en un frenesí y éxtasis son capaces de sesgar la vida de manera tortuosa y cruel de los peones o eslabones más bajos del alto ejecutivo de Gobierno, bajas que, en caso dado y si acaso, solo afectarían a sus familiares y al propio movimiento de libertad, pues le daría excusas al Gobierno para actuar en represalia y recrudecer su fuerza bajo una mascarilla de seguridad o justicia.

Durante uno de los llamados a las calles para expresar el descontento y el deseo de libertad, la gente se sumó sin dudarlo. Pronto, la anarquía se apoderó del territorio, pues el descontento era tal que ni siquiera se necesitaba de un líder político famoso o con altos índices de aprobación o de agrado para que la gente saliera a protestar, sino de alguien con la capacidad de aglutinar todas esas voluntades y sentimientos para recogerlas y colocarlas en una misma dirección coordinada, de manera de no perder esfuerzos ni voluntades.

La cuestión es que el Gobierno envió a sus fuerzas armadas para intimidar y hacer retroceder a los ocupantes de las calles, pero el número de afectados era mayor que el de los beneficiados, por lo que, con matemáticas simples, teóricamente, el pueblo tenía la ventaja y así se demostró en la práctica. Pues no importaba la cantidad o lo bien equipados que estuvieran las fuerzas armadas del Gobierno, estas eran repelidas con lo más básico y humilde que la gente de la calle tenía a su disposición: palos y piedras, eso sin dejar de lado lo más importante, su ingenio.

En una de esas batallas no registradas por nadie, estuve presente. Con palos y piedras se logró repeler un poderoso contingente de la patrulla motorizada. La victoria fue para la gente de la calle, que luchando con prácticamente basura hicieron retroceder al contingente. Pero mientras estaba allí, uno de los miembros de la patrulla motorizada cayó de su vehículo y tan rápido como sus compañeros siguieron su camino en huida y lo abandonaron. Así de rápido también lo rodearon los jóvenes de la calle y para ese punto, la sensación de victoria, entre gritos y adrenalina mezclada con esa sed enervante de justicia, dio paso a algo más. Fue allí donde presencié una escena sacada del Antiguo Testamento. 

Comenzaron a lapidar al hombre hasta la muerte. Estando tan cerca, pude ver la expresión de temor en su rostro, con un ojo abierto y uno cerrado, junto a un hilo de sangre que se escurría desde su frente y bajaba por su rostro, con su mano extendida frente a él, tratando de adivinar de dónde procedería el siguiente golpe mortal para intentar detenerlo y conservar su vida por un poco de tiempo más. La alegría por la celebración de la victoria había acabado y se había transformado en un sadismo digno de las más crueles acciones del emperador romano Calígula. “Por los caídos”, gritaban algunos mientras le arrojaban piedras al funcionario con aquella furia. Fue entonces cuando tuve miedo de mis propias acciones y por el peligro que estas representaban, pero cuando tienes la oportunidad de hacer lo correcto y no lo haces, ello te convierte en un cómplice. Así que tragándome mi miedo, cerrando los ojos para engañarme brevemente y estar ajeno a lo que haría a continuación, di un paso al frente, me coloqué con los brazos extendidos entre el hombre herido y sus ejecutores.

Algunas rocas me golpearon, pero los hombres reaccionaron y, en medio del reclamo, me preguntaron qué era lo que hacía, a la vez que se detenían. Yo solo les respondí que matarlo no cambiaría el Gobierno ni tampoco traería de vuelta a sus compañeros caídos. 

Les dije que, de hecho, ese acto los convertiría en el enemigo contra el que luchaban, uno que elimina todo lo que se interpone delante de ellos con una corriente de pensamiento distinta. El intercambio de palabras fue breve, pero suficiente como para darle la oportunidad al oficial herido de que llegara a su vehículo y a sus compañeros de ver la oportunidad de escapar y escoltarlo hacia la seguridad en la lejanía de la enardecida turba. Los miembros de la calle, observando aquello se recogieron para prepararse y organizarse para el siguiente enfrentamiento, yo me quedé de pie e inmóvil a la vez que mientras se retiraban me chocaban y golpeaban con sus cuerpos a modo de provocación, muchos me llamaron traidor o infiltrado, y uno de ellos deseó que, cuando el Gobierno me atrapara, hubiese un estúpido como yo entre ellos para ver si también yo corría con la misma suerte y salía ileso, por supuesto aquello dicho de manera irónica, tras aquella situación, tomé la decisión obvia y me dirigí a la seguridad de mi hogar.

Al día siguiente, bajé temprano con intenciones de tratar de comprar algo de comer, ya que los alimentos me comenzaban a escasear. Fue allí cuando realmente observé el peligro de ser acusado de traidor en las filas de una ahora abandonada y, por ende, descontrolada resistencia; uno de los jóvenes que había sido parte del grupo se encontraba atado a un poste semidesnudo con sangre seca sobre su torso y el rostro hinchado. Sobre él rezaba un papel con un título tal cual como el que le colocarían al mismo Cristo, pero este le otorgaba el título de traidor.

A los pocos días de esos hechos, comenzaron a salir anuncios a través de todos los medios de comunicación de los líderes políticos de la oposición al Gobierno, en estos llamaban al cese de la calle y de la violencia, que ahora supuestamente desconocían y condenaban. Claro, todo esto ocurría tras una serie de turbias y oscuras reuniones y diálogos llevados a cabo entre el grupo oficial y sus opositores.

No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que, como siempre, el pueblo era utilizado como títere y cebo para atrapar a una presa mayor. Y al parecer, desde las más altas esferas, era bien conocido lo que comentaba antes sobre la amalgama de odio, frustración, justicia y libertad. Sabían que igual que un adolescente reaccionaría de manera ferviente ante la posibilidad de explorar su sexualidad, igual reaccionaron estos muchachos, este pueblo al ser llevados a la calle bajo el pretexto descuidado y engañoso de luchar por su libertad.

Ellos sabían muy bien que tenían demasiadas emociones para controlar, solo debían motivarlos un poco y el conjunto de emociones haría el resto. Era un cóctel explosivo listo para reaccionar inmediatamente, para luego de ser usados, de igual manera desechados, como preservativos que ya habían cumplido su función. La oposición al Gobierno también estaba utilizando al pueblo para sus fines políticos, sin importar el costo humano. Todo esto me llevó a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de la lucha por la libertad y la justicia en

un mundo donde el poder y los beneficios siempre parecen estar en manos de unos pocos. Por supuesto, la gente se cansó de esto y como consecuencia dejaron de lado el apoyo que les brindaron, sus políticos se hicieron más ricos, abarcaron más poder, y su gente perdió terreno y fue todavía más oprimida. Hoy, seis años después de esas luchas en las calles, la gente ha perdido la fe en los políticos de oposición que se supone debieron defender sus derechos, pero en una extraña confusión, acabaron defendiendo sus intereses. Hoy, seis años después de ese llamado a las calles, los políticos intentan nuevamente ganarse la confianza de un pueblo roto, desesperanzado y desconfiado. Sin embargo, unas preguntas

resaltan al respecto y es que para darles una oportunidad y comprobar sus intenciones, he participado en algunos de estos llamados, sin embargo, algo persiste en esas personas, y eso es su egocentrismo. Lo que hacen es hablar y no dejan hablar a su gente, además de que, al llegar a sus meetings tras presentar sus supuestos proyectos, sus dirigentes de eventos y de seguridad, con muy mala cara y casi obligándote a hacerlo, te hacen levantar las manos y aupar a su líder político. Lo que me llevó a preguntarme si acaso me encontraba en un concierto de rock con una estrella famosa o si realmente estábamos reunidos para oír el plan de acción de un político que en realidad quería hacer la diferencia.

Ahora permítanme explicarles por qué hago esto, la razón principal es porque vivo el día a día entre ustedes, la población común. De esa manera, veo sus carencias, la humillación, y también su fuerza de voluntad. La gente quiere cambio, pero a la vez quieren a alguien que haga las cosas de manera diferente, alguien con decisión y una voluntad fuerte, alguien que les diga las cosas no por elocuencia diplomática, sino porque lo siente.

Fui dotado con un don excepcional, el de masificar las voces y hoy lo pongo en pro de todas las personas que desean un cambio sincero y real. Apoyen y hagan crecer esta voz que retumbará y luchará por ustedes. Mi nombre es Raymond Red, y he perdido tanto que ya no me queda nada más que perder. Solo me queda la vida y la usaré para luchar por la libertad, no solo la mía, sino por la de un país entero. Porque creo que nuestra libertad no está en manos ajenas, sino en las propias; hoy existe un llamado a la libertad que nos embarga a todos y es nuestra responsabilidad atenderlo, un territorio no se defiende de manera digital, sino de forma física, arropando las calles de toda el área geográfica, demostrando de esta manera y exhibiendo a través del uso de herramientas digitales al mundo, pero sobre todo a “ellos” que nosotros somos más y que después de tanto tiempo nos hemos decidido a no ceder terreno.

¡Ya basta de charlas y de negociaciones corruptas que solo enriquecen más a los políticos, mientras que a su vez condenan a la juventud de un país lleno de talento a tener que recurrir a actividades donde no usen tanto su ingenio para poder sustentarse! Ya basta de que las personas pasen hambre, de que tengan que usar ropa desgastada mientras que sus mandatarios se pasean por el mundo vistiendo las mejores marcas y comiendo en los mejores restaurantes; ya basta de tanta injusticia, incluso no podemos escribir sin ser censurados.

Hoy nuestro territorio nos hace un llamado histórico como el que le hizo a nuestros héroes en su momento, la oportunidad de ser libres de los tiranos y de vivir con dignidad está a nuestro alcance. ¡El mundo nos mira atento! Tan solo debemos estirar el brazo con fuerza y voluntad para tomar esta oportunidad y hacerla nuestra. ¡No nos vamos a rendir! Es nuestra responsabilidad. ¿O acaso seguiremos esperando que se abra el cielo y baje una nueva figura mesiánica para disputar la batalla que nos corresponde?

¡No! Con sangre y sudor lo haremos nosotros mismos y la historia nos recordará por ello, sabrán que fuimos valientes y que no nos detuvimos ni rendimos ante la desventaja, la humillación y la injusticia, a través de esa victoria triunfante mostraremos al mundo entero que no nos dejamos doblegar, que nuestro espíritu es fuerte y valiente, que no somos desechables, que también nosotros tenemos valor, aunque no poseamos buenos trabajos, grandes ingresos, suficiente comida o incluso hasta una barra de jabón. Vamos a pelear y a demostrarles que este también es nuestro mundo.

Ramón Raúl Gómez

Ramón Raúl Gómez Sánchez es un escritor de ficción venezolano, nacido y criado en el estado Carabobo. Desde una temprana edad, desarrolló un fuerte interés por la escritura y la narrativa. Después de graduarse como ingeniero civil en la Universidad José Antonio Páez trabajó en su carrera profesional durante algunos años. Sin embargo, nunca dejó de lado su pasión por la escritura. Desde los 21 años, decidió retomar su pasión descubierta desde temprana edad y dedicar su tiempo libre a la escritura creativa. Con determinación y perseverancia, equilibró su trabajo con su pasión literaria y continuó desarrollando su talento como escritor. Después de años de esfuerzo, logró publicar su primera novela, un logro significativo en su carrera literaria. Ahora, está a la espera de la publicación de su segunda novela, demostrando su compromiso y dedicación a su pasión creativa. Guiado por su espíritu libre y su ingenio, el ingeniero escritor ha encontrado una forma de expresar su mundo interior a través de sus palabras. Inspirado por su amor por la libertad y el bienestar de sus connacionales, sus escritos evocan emociones y despiertan la imaginación, la empatía y el deseo de libertad de aquellos que se aventuran en sus obras. Como autor venezolano emergente, Ramón Raúl Gómez Sánchez busca continuar su camino literario, compartir su pasión por la ficción y tocar el corazón de quienes disfrutan de sus historias. Su legado se basa en la perseverancia y la dedicación, mostrando que con determinación se pueden alcanzar los sueños más audaces.