2023-08-07 María Antonieta Sardua

No entiendo en qué momento llegué a este lugar. Solo bastó con quedarme dormida para percibir ese olor a tierra mojada. El césped comenzó a cosquillear mi mejilla, y fue así como me encontré en este lugar. Pero, ¿dónde estoy?


Apenas abrí mis ojos, pude ver una gran arboleda de coníferas a mi alrededor, apenas dejando pasar los tenues rayos de la luna entre sus ramas, solo había visto lugares así en viejas postales que mi madre coleccionaba. ¡Pero si hace tan solo un momento estaba dormida en mi cama! De hecho, aun llevaba puesta mi pijama. Comencé a caminar en línea recta, sobre un camino de piedras que atravesaba el bosque, pensando por donde me llevaría ese camino, pero, si estaba ahí ese sendero, era porque alguien lo caminaba, ¿no?


Frotando mis brazos quise darme calor, pues el frió hacía que mi piel se erizara, sí, eso tenía que ser, el frío nada más, pues ya con mis doce años no era normal que sintiera miedo de la noche ni de la oscuridad o el ulular de los búhos, ya soy casi una adulta.


Y hablando del ulular de los búhos, fue entonces que uno llamó mi atención, con sus grandes ojos amarillos centellando en la oscuridad, y sus plumas tan blancas como la luna, además de dos plumas que adornaban su cabeza como dos orejas o dos cuernos, como se le quiera ver. No sé cuánto tiempo duré viendo al animal, pero rápidamente mi expresión cambió cuando este abrió su pico.


—¿Qué? ¿No te han enseñado que mirar tan fijamente a los demás es de mala educación, niña?


Mi mandíbula casi se cae al suelo de la impresión. Nunca había conocido a un búho parlante y dudo mucho que alguien que conociera lo haya hecho.


—P—Perdone señor, es que, no sé dónde estoy.
—No es común ver humanos por aquí. Que habrás tenido que hacer para llegar a este lugar, pequeña…—inquirió ladeando su cabeza.
—Yo no lo sé, ¿Qué lugar es este?
—Este es el bosque de las almas errantes. Aquí es donde vienen aquellos que no pertenecen a ningún lugar, los que no han encontrado su lugar en la tierra mortal, aquellos que no encuentran motivos para seguir adelante.
—¡Pero yo no soy de esos! ¡Tengo amigos, familia, a mi madre! ¡Tengo que volver!, no puedo irme así!
—Me temo pequeña que eso es muy difícil. Para ello tendrías que encontrar la felicidad en estas tierras, y aquí solo entran las personas que nunca han sabido ser felices.
No podía creerlo, por más que pellizqué mis brazos, no podía despertar de aquel sueño. No entendía nada. Aun así, el búho añadió
—La mejor manera de ser feliz, es haciendo felices a los demás. Observa a tu alrededor quien pueda necesitar tu ayuda, y quizás de esa manera puedas regresar a casa.


Tal como lo había dicho el ave, busqué con mi vista a mi alrededor, todo estaba muy oscuro y una intensa bruma me impedía ver demasiado. Giré mi cuello lo más que pude, froté mis ojos y traté
de virar sobre mis propios pies cuando, entonces, el búho volvió a abrir su pico.


—¡Espera!—intervino.—¿Qué crees que haces?
—Pues lo que me has dicho! ¡Estoy buscando a quien poder ayudar! Pero este lugar está vacío.


El animal negó con su cabeza de un lado a otro y entonces me explicó, dentro del bosque de las almas errantes, la felicidad se consigue caminando hacia adelante, nunca debes mirar atrás si deseas encontrar la felicidad, si por alguna razón llegaba a hacerlo, jamás podría volver a mi hogar. Dicho esto, el animal abrió las alas y se fue, perdiéndose entre la niebla.


Asustada, froté mis brazos, recordando sus palabras. Seguí el camino en línea recta, intentando no voltear y fue, pues, donde conseguí algo que llamo mi atención, incluso en la oscuridad. Por un momento creí que se trataba de otra persona, pero al acercarme noté que se trataba de un árbol pequeño, como de mi tamaño, torcido, sin hojas, con dos ramas alzadas como brazos delgados y fijándome con detenimiento, volví a sentir escalofríos, pues el árbol parecía tener una expresión de tristeza en su tronco, algo así como una cara.


Volví a frotar mis brazos para entrar en calor, pues solo llevaba puesto el camisón de mi pijama, así como mis zapatillas, también recordé revisar mi pecho buscando el valioso relicario que mi padre en paz descanse me regaló una vez, y gracias al cielo, ahí seguía. Noté además que mi cabello seguía atado en las dos trenzas que mi madre me había tejido a cada lado de mi cabeza, justo antes de dormir.
Tal como el búho lo había dicho, caminar hacia adelante me llevaría a otros destinos, pues no tardé demasiado en encontrar lo que parecía ser una especie de aldea en el medio del bosque. Las casas parecían ser los mismos árboles de coníferas que había visto por todo el trayecto, de no ser porque su viejo tronco hueco servía de albergue a sus habitantes, quienes construyeron sus casas en estos, con puertas, ventanas e incluso chimeneas, los pobladores de esa auténtica villa no eran nada parecidos a ninguna criatura que yo haya visto alguna vez en mi vida. De alta estatura, piel oscura como la noche, del mismo tono de sus ropajes, la mayoría con largas melenas plateadas que centellaban bajo los rayos lunares y orejas largas y puntiagudas, solo podía pensar en los personajes de los cuentos que solía leer.
Otra en mi lugar se habría espantado, pero el caso era que ya había hablado con un búho momentos antes, y ya nada podía parecerme extraordinario en aquel lugar. Por lo tanto, no dude en acercarme a aquellas criaturas para ofrecerles mi ayuda en lo que necesitaran.


—Esas orejas cortas, esa nariz redonda, no cabe duda que has de ser una humana.—mencionó una de las altas criaturas quien al verme se acercó a mi cruzado de brazos.—Por mis flechas puedo apostar que estás buscando la salida de este lugar, todos los que han llegado a este lugar no hacen otra cosa que buscarla.
—¿Sabes dónde es? ¿Sabes dónde debo ir?
—Ahora mismo no tengo tiempo. Los elfos cazamos de noche para mantenernos y ya casi es hora de la faena, pero te recomiendo que hables con nuestro patriarca, aquel hombre sabio de parche en un ojo que se encuentra por allá —apuntó con su largo dedo al tronco más grueso de la aldea, la casa más grande entre las demás.


Apenas toqué la aldaba de la puerta, esta chirrió abriéndose, en el interior, ni una sola fuente de luz alumbraba la morada, pero de repente, de entre las sombras, una alta figura por la cual solo le llegaba a la cintura apareció frente a mí, un elfo mayor con expresión severa y un parche en su ojo a quien con dificultad, pregunté por la salida de aquel bosque, pero aquella espectral figura dio la espalda mientras resoplaba cansado algunas palabras.


—¿Cómo deseas que te ayude si estoy lleno de problemas estos días? El bosque se ha vuelto a devorar a mis cazadores, cada vez hay menos comida, y ya no hay cuerda para reparar los arcos dañados. No tengo tiempo para resolverle los problemas a una humana que no sabe que rumbo tomar.
—Tal vez yo pueda ayudarlos. —ofrecí con decisión. Sin embargo, el patriarca lo único que hizo fue sacudir la mano y darme la espalda de mala gana.


Miré a mi alrededor pensando qué podía hacer, pude ver en una esquina al lado de la chimenea, algunos arcos, sus cuerdas estaban rotas, efectivamente, pude entender su preocupación. Palpé mis bolsillos buscando algo que pudiese servir y observé mis zapatos, pero, aun así, estos no tenían cordones. Fue entonces que vi las puntas de mis trenzas. Rápidamente deshice estas, los listones no eran muy largos, pero estaba segura de que funcionarían.


—Pruebe con esto.—mencioné extendiendo mi mano a sus espaldas. El patriarca volteó lentamente y observó los listones en mi mano, los tomó y extendió entre las suyas. No recordaba que aquellos listones fuesen tan largos, pero por suerte, lo eran lo suficiente para reparar al menos dos de los arcos de los cazadores.


Este me dio las gracias moviendo su cabeza y estiró su largo dedo con una garra igual de larga.


—Al final de este bosque, en línea recta, te encontraras con la fragua de los enanos en el interior de una cueva, pídeles que te dejen pasar al otro lado y sigue con tu camino.


Dicho esto, le agradecí antes de marcharme, él tan solo se quedó reparando aquellos arcos. No tenía tiempo que perder si quería despertar nuevamente en mi cama. La noche en aquel lugar parecía no acabar nunca.


La niebla que envolvía el aire iba despejándose gracias a un viento susurrante que hacía mover las hojas de los árboles. Mis pies pisaban algunas ramas causando que estas crujieran por cada paso, y el césped era tan alto que hacía cosquillear mis tobillos. En el camino pude toparme con otro árbol de apariencia extraña, pequeño y torcido, con una expresión de dolor, como si estuviese vivo. A lo lejos se podía ver el final del camino. Una gran montaña semejante a una muralla con una cueva en su interior iluminada por lo que debían ser antorchas. Del interior de esta salía un olor a hierro y carbón. Me acerqué hasta la cueva tal como el patriarca de los elfos me lo había dicho, sin embargo, a unos pocos pasos, un hombrecillo robusto y como de mi tamaño se acercó a detenerme.


Su mirada era severa, con unos ojos escondidos debajo de sus espesas cejas, su nariz grande y su boca pequeña, apenas visible bajo su barba, su rostro estaba lleno de hollín. Se había cruzado de brazos impidiéndome dar un paso más.


—Ningún extranjero tiene permiso de entrar dentro de la fragua de los enanos. ¿Qué se supone que te trajo hasta aquí? Los humanos nunca vienen a este bosque.


Resoplé cansada, era la segunda vez que me decían lo mismo aquella noche. Con paciencia expliqué mi situación y repetí las palabras del patriarca de los elfos.


—¿Argus te dio permiso de atravesar el bosque? Eso sí es extraño.—dijo, peinando su barba con su mano.—Pues entonces, habla con el jefe Rogbard, él está supervisando el amolado de las hachas.


La cueva parecía más bien una mina, con múltiples antorchas, así como fraguas encendidas al rojo vivo. Enanos iban y venían con carretas llenas de carbón. Otros martillaban metales sobre yunques y otros pulían las armas a mano. Todos se veían muy ocupados, se limpiaban el sudor y el hollín con el dorso de la mano, pero sin dejar de hacer lo que hacían, tampoco se tomaban un segundo para sonreír o prestarme atención, a diferencia de los elfos que al menos me veían con curiosidad, los enanos se veían más bien amargados.


Una figura vestida de malla y yelmo, con los brazos cruzados gritaba y reprendía a un par de enanos que amolaban un hacha casi de igual tamaño que ellos. Debajo del casco una larga barba pelirroja se desplegaba hasta llegar a sus rodillas, rápidamente supuse que ese sería el jefe de los demás con quien debía hablar. Al acercarme, supe que mis predicciones fueron correctas, pues los otros dos bajaron su cabeza con respeto al escuchar sus quejas.


—¿Qué no ven que han estado dejando astillas de metal por todas partes de la mina? ¡Ya no puedo afincar mis pies por su culpa!
—Disculpe—interrumpí apenada. —¿Hay algo en lo que pueda ayudarlos?


Aquella mina estaba ataviada por enanos, por lo que imaginé que no me permitirían una salida fácil del otro lado de la cueva. El jefe volteó su cabeza en mi dirección con una ceja arqueada mirándome de arriba hacia abajo. Este en seguida expulsó una carcajada que incluso hizo brotar algunas lágrimas de sus ojos.


—¿Ayudar, una criatura tan flaca y frágil que seguro no podría ni levantar una lanza? A ver niña, esta no es una fábrica de muñecas, tenemos mucho trabajo que hacer y poco tiempo para ayudar.
—Estoy buscando el camino a casa, debo cruzar esta cueva para ello y necesito me abra el paso al otro lado, si hay algo en lo que le pueda ayudar, con gusto lo haré.
—Ya te dije niña que no necesitamos de tu ayuda, ¡así que no molestes!


A punto de perder la paciencia, vi al enano de arriba hacia abajo, de la misma manera que los demás, este llevaba los pies descalzos. Todos los enanos iban vestidos de forma rustica, sin embargo, sus grandes pies permanecían desnudos, era por esta razón que el jefe se veía molesto al tener que soportar el dolor de caminar sobre astillas de metal. Después de meditarlo, me descalcé los zapatos y los sostuve frente a este, era un trato, mis zapatos como paga para salir al otro lado.


—¿Y qué quieres que haga con eso? ¡Esos zapatos son extremadamente pequeños!
—Son ustedes hombres muy inteligentes, estoy segura de que con estos pueden hacer patrones para los suyos.


El enano arqueó una ceja mirándome con escepticismo, no obstante, volvió a reír y agradeció, enseñándome así la salida con su dedo. Un enorme portón de metal bloqueaba la salida, con una torre al lado donde un enano esperaba en la punta. El jefe introdujo dos dedos en su boca y en el
acto el enano en lo más alto de la torre haló de una cadena, esta comenzó a mover los rieles del portón que enseguida comenzó a moverse.


—Solo debes seguir en línea recta hasta el río, eso sí, cuídate de los ladrones, esas zonas están plagadas de ellos, no pierdas tu tiempo y llegarás a tu destino.


Dicho esto, agradecí y atravesé el portón, no faltaba mucho para que amaneciera, algunas aves se oían en la lejanía, y el bosque era menos espeso en esa zona. La niebla se había disipado dejando ver mejor el camino. Si pensaba que mi cabello suelto ya era un problema, el pisar sin zapatos lo era aún más, las piedras y la tierra húmeda eran molestos, sentía como el barro entraba entre mis uñas y en mis plantas se pegaban algunas piedras diminutas, pero en seguida lo tomé como un incentivo para apresurar el paso.


A mi alrededor se había perdido todo rastro de civilización, había dejado muy atrás la cueva, y pronto me había quedado nuevamente sola, esta vez con esos arbustos secos acompañándome, cada uno con su propia expresión escabrosa en sus troncos y sus propias ramas enredadas y chamuscadas. Volví a frotar mis brazos mirando a mi alrededor, buscando con la mirada donde estaban las aves que canturreaban, sin embargo, no hallé nada. Agucé mi oído y pude percatarme que ese canto no se trataba de aves, al contrario, sonaba algo parecido a una caja de músicas, podía distinguirla bien, pues era justamente en una caja de música donde yo solía guardar mis más queridas pertenencias, como, por ejemplo, mi relicario.


En ese momento, escuché como algo se movía entre las ramas de los árboles, fijándome bien, pude observar una figura delgada y pequeña parada sobre esta, así como una risa infantil, ¿acaso eran otros niños? De igual modo, pero en otro árbol, otra figura igual de pequeña y delgada, apareció dejando salir otra risa, estaba oscuro y no logre ver más que sus siluetas, pero estas figuras fueron apareciendo y saltando de rama en rama.


—¡Esperen!— grité persiguiéndolas. Me pareció extraño que unos niños pudiesen ser tan rápidos y afiles.
Corrí tras estos tan rápido como mis adoloridos pies descalzos me lo permitieron, cuando por sorpresa, una de aquellas figuras apareció frente a mí, haciéndome caer por la sorpresa. Aquella rara figura de las sombras, no se trataba de un niño, sino de una marioneta de madera, manipulada por hilos desde las ramas de los árboles. Entonces pude oír la melodía con más fuerza que antes, frente a mí, se hallaba lo que parecía el cauce de un río, con un gran carro mecánico donde una criatura pedaleaba de unas ruedas y era esto lo que producía la música que salía de unas grandes bocinas.


Las marionetas eran haladas desde las ramas de los árboles y de estas saltaron varias criaturas que jamás había visto en mi vida, eran pequeños demonios de piel roja, con apariencia de duendes y narices de cerdo, con ojos amarillos tan brillantes como los de un gato en la oscuridad, y vestidos apenas con unos pantalones de lana gastados, con unas sonrisas de oreja a oreja llena de colmillos, eran criaturas bastante feas. Todos ellos corrieron con sus cortas piernas, casi bamboleándose de un lado a otro hasta el carro mecánico, metiéndose dentro de este.


La música cesó, y, por el contrario, unas trompetas rompieron el silencio. Del carro se abrió una puerta con dos cortinas rojas en el interior que se abrieron lentamente, dejando ver detrás, el inicio de un espectáculo de marionetas.


No pude evitar acercarme a ver aquel espectáculo al aire libre, sentándome así sobre una roca. Fijándome mejor, esos muñecos de madera, hechos con tanto detalle, eran tan bellos y bien construidos que casi parecían reales, además de sus ropas tan bien cosidas y confeccionadas, era por eso por lo que, a simple vista en la oscuridad, pensé que se trataba de niños verídicos. No pude evitar reír ante aquel acto de muñecos, hasta el punto de hacerme llorar de la risa y sostener mi estómago, me sentía tonta, pero no podía evitarlo. Esas criaturas no decían palabra inteligible alguna, murmuraban y refunfuñaban ruidos que quizás solo ellos podrían comprender, todo esto mientras las marionetas se golpeaban una a la otra.


Al terminar, las trompetas volvieron a sonar y las marionetas se enfilaron para despedirse, por lo que di una pequeña ovación de pie, poco a poco las cortinas volvieron a cerrarse, de cierta manera me sentí un poco triste, pues fue la primera vez desde mi llegada a aquel lugar que pude reír, el carro mecánico volvió a cerrar sus puertas y el último de los duendes entró al interior del carro, o al menos eso creí.


Me levanté de la roca dispuesta a seguir mi camino y sacudí un poco mi camisón, pero en ese momento, sentí como desde mis espaldas una mano haló de mis cabellos y corrió hasta subirse al carro. Me quejé en el acto, pero grande fue mi horror cuando palpé mi pecho y no hallé mi relicario, aquel pequeño demonio me había robado mi pertenencia más preciada.


El carro dio marcha, apenas el duende se subió a este, yo por mi parte indignada y molesta corrí detrás de este con la esperanza de alcanzarlo y tomar de vuelta el recuerdo de mi padre. Quizás estuve así por unos cuantos kilómetros hasta que mis piernas no podían más. Poco a poco la bruma volvió a espesarse a mi alrededor, hasta el punto en el que el carro, se perdió dentro de esta.


Mi corazón iba a toda marcha, tan rápido que temí que se saliera de mi pecho. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo iba a volver sin mi relicario? ¿Qué le diría a mi madre ahora? ¿Qué el único recuerdo que había quedado de mi padre se había ido por mi insensatez? Ahora tenía sentido la advertencia de los enanos, ellos me habían advertido de la presencia de los ladrones y no había caído en cuenta del peligro hasta entonces, todo por mi imprudencia. ¿Ahora cómo vería a mi padre cuando quisiera hablar con él? Lo había perdido, mi mayor tesoro ya no estaba conmigo.


Fue por eso que mis piernas ya no resistieron, fue más el peso de la culpa que el de mis cansadas rodillas, lo que me hizo caer a la tierra sin poder contener mi llanto, llorando un manantial de lágrimas que brotaron sin descanso. Por mi mente no pasaba otra cosa más que mis pensamientos de culpa, y de mi garganta solo se oía el llanto, quizás quien me haya oído en la oscuridad se habría asustado o creído haber oído un fantasma, todo era mi culpa.


—No es tu culpa…—musitó una voz que me resultó conocida.
—¡Claro que lo es! — Contesté aún con mis ojos apretados, sin darme cuenta de que aquella voz había leído mis pensamientos. —¡Cómo! ¡Q-Quien! —levanté mi mirada asustada buscando la presencia de la voz a mi alrededor sin encontrar nada.
—Los goblins son hábiles ladrones por esta zona, pero esa no es razón por la cual debas parar en tu búsqueda.


Al subir la mirada hasta la rama de un árbol pude verlo, el mismo búho blanco del inicio del
bosque, me sentí avergonzada al verme descubierta en mis errores, había tratado de seguir sus palabras, pero ahora no me quedaba nada, ni siquiera ánimo de continuar. Abracé mis piernas y escondí mi rostro entre mis brazos usando mi cabello como cortina, haciéndome un ovillo o al menos intentando que todo a mi alrededor desapareciera.


—El pasado es doloroso de superar, y más cuando nos atamos a este, y sino dejas de llorar, las lágrimas no te permitirán ver el camino a casa, pues este, está justamente frente a tus ojos.
Lentamente, percibí como una luz se colaba entre mis brazos y subía desde mis pies hasta mi rostro. Al separar mi cara y ver de qué se trataba, un camino de luz se abrió ante mí, dejándome enceguecida por un momento, era el camino a casa, al menos eso me repetía una corazonada, no obstante, volví a recordar el motivo de mi tristeza e ignoré la invitación.


Por el contrario, me puse de pie y decidí que mejor sería ir en búsqueda de mi relicario, o al menos, quedarme hasta que pudiese recuperarlo, de ese modo di un paso hacia atrás, sin embargo, apenas volteé a ver a mis espaldas, vi como todo el bosque había desaparecido en una espesa neblina, lentamente esta se acercaba hasta mí, y cuando quise volver por otro camino, grande fue mi sorpresa, al no poder mover mis pies del suelo.


Mis pies se habían pegado a la tierra volviéndose unas fuertes raíces impidiéndome correr, a mi alrededor los árboles no se veían, ni siquiera el camino de luz de hace un momento, aunque pidiera ayuda nadie escucharía, las raíces iban subiendo a lo largo de mis piernas, envolviéndome e impidiéndome escapar. Ahora todo me quedaba claro, aquellos árboles que vi a lo largo del camino no eran otra cosa que personas que perdieron el rumbo en el bosque y voltearon hacia atrás, había olvidado las palabras del búho y ahora me volvería otro de los muchos arbustos con expresión de horror. Las raíces habían subido hasta mi cintura y ya mi cuerpo se había envuelto en un grueso tronco.
No me quedó otro remedio que llorar, resignada a que ahora tendría que quedarme para siempre en ese bosque, cubrí mi rostro nuevamente, esperando lo peor, repitiendo que todo había sido mi culpa, y que mi pasado me mantendría sujeta a ese oscuro bosque.


—Te prometo que eso no sucederá. —volvió a mencionar la voz del búho. Sentí el contacto de una mano sobre mi hombro. —Sé que después de esta noche, solo verás hacia adelante.


Al remover mis manos, mi sorpresa no pudo esperar, aquel que estaba frente a mí, era nada menos que mi padre, llevaba puesto un abrigo con plumas blancas en el cuello, las mismas que las del búho, y mirándome con una sonrisa en su rostro. Justo antes que pudiese decir algo, desperté.


Todo había sido un sueño. Vi a mi alrededor, todo estaba en orden en mi habitación. Revisé mis pies y mis manos, no había rastro de las raíces, ni rastro del bosque. Sin embargo, mis zapatos no estaban por ninguna parte, al igual que los listones de mis trenzas, no había sido solo un sueño.


Revisé mi mesa de noche para comprobar la hora, y grande fue mi sorpresa. Sobre esta estaba mi relicario sobre una nota de papel y una pluma blanca.


Al leer la nota, esta decía: “El pasado es un regalo que se lleva en el recuerdo, no un peso que te impida seguir hacia adelante”- Con amor, papá.