2023-08-25 Greimar Guevara

El Red Night es uno de los clubes más populares de New York, donde personas de los más altos niveles sociales se codean con las ratas del bajo mundo; ministros, embajadores, jeques, duques, actores, cantantes y grandes empresarios hasta mafiosos, mercenarios, sicarios, traficantes, contrabandistas, capos y criminales de bajo perfil.

El Red Night ofrece lo mejor de lo mejor; mujeres, drogas, apuestas y diversos shows. Tiene cuatro pisos, en el primero está el bar y la pista de baile, cualquiera que entre allí puede pensar que es una discoteca más, pero no se puede estar más equivocado. En el segundo piso son los espacios vip o privados, son semicuartos con un sofá en forma de u, de terciopelo rojo y luces opacas que le dan un aura de intimidad. El tercer piso es un salón donde hay camas, sillones y columpios, aros colgados del techo con argollas y cuerdas para hacer shibari, meseras vestidas como sumisas, shows de BDSM y voyeurismo, en el cuarto y último piso es donde se hacen los negocios.

Esa noche se encuentra el poderoso, adinerado y temido Vor de la Bratva; Oleg Sodorov, la mano derecha de el boss, rubio, de ojos grises y fríos, un asesino desde su nacimiento, su madre murió en el parto, a los cinco años mató a Oscar su lobo siberiano. Siguió así hasta que a los quince años mató a la esposa de su padre, la cual le estaba siendo infiel, a los veintiún años asesinó al que era el Vor en ese momento, ocupando así dicho puesto. Ya con treinta y cinco años tiene en su haber más de trescientos trofeos, objetos o partes de algunas de sus víctimas, especialmente de aquellas a las que torturó.

―Oleg, mi buen amigo, ¿tienes lo que te pedí? ―preguntó Clint, el gerente del club.

 ―Por supuesto, está en la última planta, la mercancía es de primera.

El escándalo y los aplausos interrumpen la conversación, la música y los silbidos de los presentes hacen que el ruso levante la vista de su trago hacia el escenario, donde los reflectores apuntan a la mujer que está cubierta por un velo turquesa, el cual solo deja ver sus ojos negros.

―Mia es la mejor de todas las bailarinas, yo le digo Mata Hari, como la espía. Sus movimientos hipnotizan y al mismo tiempo es como si te hablaran, su belleza embelesa y sus ojos cautivan. Es una belleza peligrosa ―dijo Clint.

Clint habla y habla, Oleg no le presta mayor atención, pero confirma lo que dice, ya que desde que la mujer con el velo salió, sus ojos no la han perdido de vista. La música comienza a acelerar el ritmo y la bailarina suelta el velo revelando un hermoso cabello rubio, labios rojos, un cuerpo realmente espectacular, senos prominentes, cintura estrecha y caderas voluminosas cubiertas por pedrería color plata y dorado al igual que su brasier, con una falda hecha de retazos de seda, los cuales dejan ver unas muy provocativas piernas; todos están en silencio, la coreografía de brazos, caderas y piernas tiene a todos idiotizados. La rubia baja del escenario y se pasea por las mesas que se encuentran en medio y a los lados, sin perder de vista aquellos ojos grises que siguen cada uno de sus movimientos.

La música acaba y la bailarina desaparece en medio de una ola de aplausos. Mia se va directo al camerino donde sus otras compañeras se preparan y ella descansa.

―Mia, linda, maravillosa como siempre. te solicitan allá afuera ―dijo Clint luego de abrazarla.

―No estoy de ánimo, además ya quiero irme Clint.

 ―Cariño, han ofrecido cien mil dólares por ti y ya los acepté, así que tienes que ir.

―¿Cien mil dólares? Sabes que no me acuesto con nadie, así ofrezcan millones.

―Lo sé cariño, solo quiere conocerte y compartir contigo un rato.

Mia está dudosa, pero necesita el dinero. Se levanta del sillón, se mira al espejo revisando que se vea bien y se dirige a la mesa que Clint le indica. A medida que se acerca su corazón se acelera, piensa que es un mafioso, el ruso se levanta para ofrecerle su brazo y subir a la segunda planta seguido por dos voyeviki.

―¿Qué te gusta beber? ―preguntó el Vor cuando ya estaban instalados.
 

―No bebo en el trabajo y tampoco me acuesto con los clientes.

―Mi intención no es llevarte a la cama, si quisiera sexo solo subiría a la planta de arriba y ya, sin gastar un solo dólar ―Oleg sonríe, el rubio se acerca al punto que sus piernas se rozan y continúa― desde que pisaste el escenario no pude despegar mis ojos de ti, y me pregunté ¿quién es esta diosa?

―Mi nombre es Mia y no soy una diosa, soy huérfana desde los dos años, escapé del orfanato a los dieciséis. Clint me tendió la mano, me dio de comer y un lugar donde dormir; de alguna u otra manera debía retribuir lo que estaba haciendo por mí, así que empecé limpiando el Club, en las tardes cuando terminaba, las chicas ensayaban, Kiara, una de las veteranas me enseñó sus rutinas, un día se enfermó y no pudo bailar, y en su lugar subí yo, a la gente le encantó y desde entonces soy el show principal.

Uno de los voyeviki le informa que ya es hora de los negocios, el ruso se levanta tomando de la mano a Mia en dirección a la cuarta planta, al pasar por el pasillo del tercer piso a Mia se le hace inevitable no mirar, los gemidos y jadeos son tan fuertes y constantes que le es inexplicable como infligir dolor puede ser tan satisfactorio. En el cuarto piso les abren la puerta que les da paso a un salón con mesas a lo largo y ancho exhibiendo drogas, armas, explosivos, joyas y obras de arte, su atención se desvía hacia la puerta entreabierta que está a su derecha, logrando divisar un grupo de mujeres con poca ropa, unas atadas otras amordazadas y unas cuantas en el piso inconscientes.

―Trata de blancas, tú… ―dice en un suspiro. 

―No, el negoció de la Bratva son las armas y los explosivos ―dice Oleg al oído acariciándole el brazo.

Los presentes se reúnen alrededor de una mesa, dando inicio a los negocios. Mia se siente como un trozo de carne por la forma en la que la observan, se mueve nerviosa tomando por sorpresa a Oleg al sentarse en sus piernas, este le rodea la cintura con un brazo logrando que muchos le quiten la mirada de encima, en la mafia las mujeres de las cabecillas son sagradas.

Un hombre posa dos maletines negros sobre la mesa, empujándolos hacia el representante de la mafia italiana, este le hace señas al hombre que custodia la puerta de donde salen las mujeres, las cuales deben de tener entre dieciocho y veinticinco años. Mia mira extrañamente al hombre diagonal a ella, el ruso siente como la «diosa» que tiene en sus piernas se tensa poniéndolo alerta. El hombre regordete y de bigote se levanta para observar mejor la «mercancía», pero no logra siquiera dar un paso.

―¡FBI, no se muevan! ―dijo y apuntando con un arma, el que según es representante de la Calabria.

Todo se descontrola, tiros de un lado y del otro, agentes entran al salón apuntando a todos, los voyeviki cubren al Vor, pero uno recibe un tiro que lo mata al instante, Mia está asustada al ver la situación, hay agentes evacuando a las chicas y miembros de diferentes mafias siendo arrestados. Un agente se le va encima tirándola al piso, inmovilizándola, Mia trata de zafarse pero no puede, Clint le dispara al agente, haciendo que otro se le vaya encima golpeándolo con su arma y pateándolo en el estómago, Mia toma un arma de la mesa y le da un cachazo al oficial que retiene a su amigo, voltea mirando a todos lados tratando de ubicar al ruso, este está siendo golpeado por un agente mientras otro lo sujeta de los brazos, corre hacia Oleg tomando una botella haciéndola estallar en la cabeza al hombre que lo golpea, el rubio logra soltarse del tipo que lo sujeta y le propina unos cuantos golpes dejándolo inconsciente. Dos agentes los persiguen por las escaleras que dan al piso de abajo, Oleg toma a Mia del brazo y la hace saltar con él atravesando el ventanal, cayendo en el bote de la basura, corriendo al final del callejón donde la camioneta del Vor los espera. La camioneta se detiene en el aeropuerto, Oleg baja con Mia, que se rehúsa a subir al avión.

―No puedo, tengo que regresar, Clint, las chicas, mis cosas ―dijo Mia mientras el ruso la carga y la mete al avión colocándola en una de las butacas y le abrocha el cinturón.

―Golpeaste a dos agentes, ahora mismo deben de estar buscándote, conmigo estarás a salvo.

Mia se ríe por su comentario.

―¿Qué? ―le pregunta el ruso.

―Nada… es que dijiste que el FBI me debe estar buscando y que contigo estaré fuera de peligro.

―¿Y?

―Bueno…eres un mafioso.

Oleg la observa, y la verdad, aunque ella no lo crea con él sí está a salvo, el FBI tiene métodos igual de crueles que la Bratva.

―Déjame curarte ―Se acerca a ella con el botiquín de primeros auxilios para limpiarle las heridas. El avión despega y Mia no tiene fuerza para nada, cierra los ojos dejando que el sueño se adueñe de ella.

El movimiento hace que se despierte admirando el frío paisaje de afuera, acerca la nariz aspirando el embriagante olor de la prenda que la mantiene caliente; la chaqueta del mafioso. La camioneta se detiene frente a una mansión digna del programa Casas de ensueño que ve los jueves en la tarde. El ruso la guía hasta la entrada donde una sumisa les abre la puerta, una vez dentro suben las escaleras que dan a las habitaciones.

―Esta es mi habitación, te quedarás aquí hasta que habilite una para ti, dúchate y ponte lo que quieras ―le señala el closet― mandaré a que te suban la comida.

―Gracias… Te juro que no estorbaré y pronto me iré.

―No hay apuro, además la idea de tenerte cerca no me disgusta.

Mia se da una ducha, sale y se coloca un mono negro el cual tiene que enrollarse en la cintura y una camisa blanca que le llega a los muslos, una sumisa le lleva la bandeja con comida y bebida. Devora todo en cuestión de minutos, el ruso entra y se desviste sin ningún atisbo de pudor, para Mia es imposible no admirar la espalda tallada, los brazos musculosos y tatuados, las piernas fuertes y tonificadas del mafioso que se mete al baño.

La puerta se abre y entra una mujer de cabello castaño, ojos azules y de figura esbelta, parece una modelo, piensa Mia. Dicha mujer se acerca a ella detallando con cara de molestia desenfundando un cuchillo contra su garganta.

―¿Quién eres y qué haces en la habitación de mi hombre? 

Oleg sale del baño dirigiéndose a la castaña, quitándole el cuchillo y alejándola de su «diosa».

―Es mi invitada y yo no soy tu hombre, así que déjate de estupideces y desaparécete de mi vista. No quiero saber que la volviste a tocar. 

La castaña sale de la habitación hecha una furia.

¿Estás bien diosa? ―Mia sigue asustada y todavía siente el cuchillo en su garganta―. Tranquila Aleksandra no te hará daño, no le conviene desobedecerme, Mia asintió.

El ruso se viste en tiempo récord.

―Tengo asuntos que resolver, cualquier cosa que necesites en la cocina están las sumisas, nos vemos luego.

El Vor la deja solo y se va a cumplir con su deber, baja al sótano donde lo esperan los verdugos con toda clase de implementos para torturar. Su víctima habló de más con quienes no debía y debe ser castigado. Toma un bisturí y le corta la lengua de un solo tajo, coloca un clavo en la sien del hombre y con el martillo lo clavó hasta el fondo, repitiendo lo mismo del otro lado, los desgarradores gritos del traidor son una dulce melodía para el rubio, le abre huecos en las manos con un cincel, toma su trofeo, esta vez es un anillo, se va y deja que los verdugos terminen por él.

A la mañana siguiente Oleg baja a desayunar con su «diosa», en la tarde cuando llegó le había hablado al boss sobre la situación de la chica y no tuvo ningún problema con que se quedara en la mansión.

―Buenos días ―dijo Mia. 

Los únicos que le devuelven el saludo son el boss e Ivan, el padre de Oleg, Aleksandra le dedica una mirada llena de odio y Alek se enfoca en la ropa de hombre que tiene puesta.

―Padre, qué sorpresa, te presento a Mia.

―Mucho gusto Mia, soy Ivan.

―Un placer.

Luego del desayuno Oleg debe ir al centro de la ciudad a resolver unos negocios, está a punto de salir cuando Mia lo intercepta.

―Yo… mmm, no tengo ropa y aunque la tuya es cómoda no me hace ver muy presentable que digamos, además mi periodo se acerca y quisiera saber si había la probabilidad de ir contigo, te pagaré todo cuando vuelva a Estados Unidos.

―Claro, además no tienes que pagarme nada, para mí sería un placer.

Se suben a la camioneta que deja al Vor en su reunión y a Mia en un almacén de ropa, compra lo que necesita, va a la farmacia donde el ruso la espera para irse a la mansión. La noche llega rápido y con ella el ruso se va nuevamente, Mia no tiene sueño así que decide dar un paseo por la casa.

A la mañana siguiente el ambiente en la mansión está frío, todos están tensos frente a una pantalla, mientras que Oleg destroza todo lo que hay en la sala. Están viendo un video donde se observa como Ivan es torturado, lo ataron a la ruleta rusa, le quitaron las uñas con un alicate, le clavaron cuchillos en las piernas, lo electrocutaron e hicieron demás cosas horrorosas. El boss da la orden de encontrar y matar al que cometió dicho acto.

―Empaca poca ropa, nos vamos, no puedo estar aquí, te espero abajo. Le dice el rubio a Mia.

La cabaña es absolutamente hermosa, por fuera se ve como una cabaña cualquiera, pero por dentro está equipada con todo, la decoración y el inmobiliario son elegantes, Oleg sube con el equipaje dejándolo en la habitación principal. 

―Te dejo para que te acomodes, iré a cortar leña para la chimenea. Mia se sienta en la cama.

―¿Dormiré sola? La cama es grande

El ruso se acerca a ella tomándola de la nuca. 

―¿Quieres que duerma contigo? 

Ella asiente y Oleg la atrae para besarla… pero la electricidad se va.

El ruso baja a revisar el cajetín de los fusibles y los brackets están abajo, el ruso se pone alerta, toma su arma y sale al frente de la cabaña, recibe un golpe que le voltea la cara seguida de una patada en la espalda que lo deja en el piso, se levanta brindando un puñetazo a la mandíbula de su contrincante, un miembro de la yakuza que saca un cuchillo y trata de apuñalarlo, el ruso logró desarmarlo y se le va encima haciendo que ambos rueden por la nieve sin dejar de lanzar golpes, el asesino de los Yamaguchi-gumi saca una navaja dejándola en la garganta del Vor, una bala da en el capo de la camioneta que en el rebote roza la pierna del rubio, otro disparo suena y le da al japonés en la pierna izquierda haciendo que pierda el equilibrio, seguido de dos tiros más que se alojan en su pecho logrando que caiga en la nieve la cual se tiñó de rojo.

El ruso se endereza y va hacia Mia que está temblando y sigue apuntando, el Vor le quita el arma.

―¿Estás bien?

Ella solo lo mira y sin previo aviso lo sujeta del cuello besándolo como si su vida dependiera de ello, el ruso le responde el beso de igual manera, rústico, mojado y apasionado, el rubio baja las manos hasta su trasero y la carga llevándola a la habitación quien es testigo de las horas de caricias, embestidas, besos y gemidos. Ese fin de semana Mia se encarga de consolar al ruso por la pérdida de su padre.

Amanece, el Vor y Mia llegan a la mansión donde desayunan con el boss y le cuentan de su altercado con el Yamaguchi-gumi, algo sumamente extraño, ya que la Yakuza siempre ataca en grupo, su conversación es interrumpida por un grito ensordecedor que los hace ir al lugar de donde proviene, se detienen frente al cobertizo donde se encuentra Alina de rodillas en el suelo con cara de trauma y lágrimas desbordando sus ojos, ni el boss ni el Vor dan crédito a lo que ven, y no es para menos, del techo cuelga sujetado por dos pinzas el cuerpo de Aleksandra, abierto desde la columna hasta la cadera, con las costillas abiertas y separadas evocando al águila de sangre, un método lento y tortuoso que aplicaban los vikingos. El boss y Oleg bajan el cuerpo, lo cubren con una sábana y se la llevan, mientras que Alina recoge los órganos que yacen en el piso. Al entrar en la mansión encuentran a Alek colgado de la lámpara del segundo piso, en el suelo yacen su cuchillo cubierto por sangre seca y una nota donde dice que no tiene idea de lo que pasó o cómo pasó, pero que debe pagar por la muerte de su hermana.

Su adicción lo hizo hacer cosas estúpidas, pero esto es… Bájenlo y tengan todo listo, los enterraremos juntos ―dijo el boss tambaleando 

―¿Quiere que le prepare un té? Le ayudará para que descanse, no han sido días tranquilos.

―Te lo agradecería.

Las semanas se van sumando y la «diosa» del Vor ya tiene dos meses viviendo con él, ella ya tiene una rutina que se basa en hablar con Alina en las tardes, da un paseo por los alrededores de la mansión y por las noches luego de llevarle el té al boss se va a la cama con su mafioso, donde cada noche se entregan a la pasión.

Una tarde, todos reunidos en la sala, es la hora del té y Mia se encarga de servirles, quienes en cuestión de minutos quedan inconscientes.

Oleg despierta atado a una silla, con la vista nublada, a lo lejos distingue una figura que a medida que se va acercando a él, logra identificarla.

No podía creerlo, él, el Vor de la Bratva, el hombre que ha matado, apuñalado, desmembrado y torturado a cientos de personas, se dejó enredar por la belleza y la inocencia que creía poseer la «diosa» frente a él.

―¿Decepcionado? ―le pregunta Mia.

―Sorprendido, en realidad.

―No quiero matarte.

―Entonces no lo hagas, puedo entrenarte, convertirte en la mejor asesina, tú y yo seriamos la pareja más poderosa de la Bratva, piénsalo.

―Suena tentador, pero no me interesa pertenecer a la mafia. Lo único que me importa es completar mi venganza, al principio eras mi pase, mi entrada para poder ejecutar mi plan, pensé que me costaría seducirte, hacer que cayeras en mi trampa, pero me la pusiste en bandeja de plata. La verdad me sorprendió ver que eras mucho más guapo de lo que imaginaba, nunca, ni en un millón de años creí que en tan poco tiempo tendría sentimientos por ti, así como tú por mí. Maté a tu padre y aunque te quiero, dejarte vivir sería una bala segura en mi cráneo o una daga al corazón. 

Mia se pone de rodillas, le desabotona el pantalón, le baja la bragueta y saca el miembro que con el roce de sus manos va tomando dureza, le da largos y húmedos lengüetazos, lo toma con su boca y empieza a mover la cabeza de arriba abajo con un ritmo suave, haciendo que el ruso jadee, alternando el ritmo entre lento y rápido, succiona y muerde suavemente, los gruñidos del mafioso hacen que le ponga más empeño, llevándolo hasta su garganta donde el líquido caliente se desborda. Se limpia la boca y guarda el miembro del ruso, se sienta en sus piernas, besó su frente, ojos, nariz y por último sus labios, donde sus lenguas danzan juntas por última vez.

―Espero te haya gustado mi versión del beso de la muerte. ―Puso el arma en la sien del rubio―. Nos vemos en el infierno

Tiró del gatillo.

Entró a la habitación del boss con la inyectadora que terminaría de una vez por todas con él.

―Pakhan.

―Te estaba esperando ―le dice el boss con voz apagada.

―¿Tan ansioso estás de morir? No te preocupes, voy a ser benevolente contigo, será rápido y sin dolor, nada comparado a la muerte de mi madre.

― Yo no la maté.

― ¡No, peor! Diste la orden. Lo más triste de todo es que no la veré, ella está en el cielo y yo iré al infierno.

―Tu madre no era tan inocente como crees.

El boss siquiera hace el esfuerzo por defenderse cuando Mia le clava la aguja en el brazo. Toca la vena y procede a inyectar el líquido, el dolor punzante que siente en la parte baja de la espalda y el sabor metálico de la sangre que saborea en su boca la hacen detenerse. Alina la acaba de apuñalar por la espalda, Mia piensa que ha sido un cliché la acción de Alina.

―Tu mamá mató a la mía y yo no puedo permitir que mates a nuestro padre hermana ―dice mientras la apuñala nuevamente.

―No me sorprende, ya lo sabía. 

Sin embargo, aunque su media hermana la haya detenido, el boss morirá en cuestión de días, pues el daño ya está hecho. 

Mientras Mia se desangra en el suelo, no puede dejar de analizar todo lo que ha sucedido, la manera en la que ejecutó su venganza. Aleksandra y Alek fueron daños colaterales en cuestión, usar el cuchillo de Alek para matar a su hermana fue algo arriesgado, pero el hecho que Alek estuviera tan absorto por las drogas que al ver su cuchillo lleno de sangre y el cuerpo de su hermana colgado creyera que la había matado fue un golpe de suerte.

Lo que realmente le dolió de todo esto fue matar al rubio, no tenía la culpa de nada, pero era necesario, solo espera que Oleg la perdone y puedan ser felices en el infierno.

Greimar Guevara

Nací en Naguanagua, Edo Carabobo, Venezuela, vivo en San Diego. Estudiante del 7mo semestre de Contaduría pública en la universidad José Antonio Páez, bailarina desde los 3 años. Bilingüe.