Los Gemelos Dorados: anticuarios y restauradores

2023-08-23 Ana Carolina González

Allí estaba de nuevo, inmerso en su trabajo, lucía tan enfocado, seguro y muy apuesto. Sus cejas se tornaban ligeramente hacia adentro siempre que estaba concentrado, casi parecía como si estuviera molesto. Pero claro, la meticulosa tarea de reparar un reloj tan antiguo como este requería de mucha delicadeza y concentración. Sus finas manos trabajaban cada pieza con gran precisión. Tras colocar el último engranaje y cerrar la tapa posterior, se dispuso a darle cuerda y en un instante el rítmico sonido «tic, tac» de las manecillas resonaba en toda la tienda.

—Magnífico trabajo, joven Samuel, ya es el tercero que reparas esta semana —El anciano se apartó finalmente del estante en el que se encontraba para contemplar el resultado del mecanismo en funcionamiento, él por su parte se veía muy sereno en uno de sus pulcros trajes de sastre a pesar de las altas temperaturas de la temporada. Samuel, Sam, sus ojos resplandecían con un brillo triunfal, compitiendo con el tono más claro de los cielos. 

—Bueno, doctor Cassius, le prometí que cada reliquia quedaría como nueva antes de que me vaya a la universidad al final del verano —respondió aún con una gran sonrisa en el rostro.

—Y aún quedan un par de semanas para eso, así que procura no agotar los vejestorios descompuestos antes de tiempo —dijo el anciano mientras tomaba el nuevo antiguo reloj y lo ajustaba en la pared detrás del mostrador en el que Sam estaba trabajando. 

—Y procura también visitar un rato la piscina pública antes de irte, ¿quieres? —Haciendo ahora otro intento de una broma con estilo—. No vas a atraer muchas señoritas universitarias si luces más muerto que yo. Por todos los cielos, esa frase ni en mil milenios podría considerarse graciosa, dijo:

—A menos que estés planeando adoptar una vestimenta como esos chicos de Los Kings, los de esa banda que se ha vuelto muy popular entre los de tu generación.

Sam, siempre tan respetuoso además de apuesto, rio suavemente ante el comentario.

 —No se me dan bien los bronceados, pero viniendo de usted lo tendré en consideración. Y con respecto a Queen, personalmente me quedo solo con su música. No creo que sea capaz de lucir otra ropa que no sean jeans y remeras —dijo Samuel.

Podría decirle lo equivocado que estaba. Que él luciría magnífico en cualquier atuendo. Que su tez tenía la tonalidad perfecta, la de una luna llena en todo su esplendor, que armonizaba maravillosamente con su cabellera castaña. Podría decirle muchas cosas. Pero no debía. No debía hablar, nadie me debía escuchar

—Lo veré mañana a la misma hora Dr. Cassius, espero que tenga preparado mi próximo vejestorio descompuesto  —dijo Samuel.

—Oh, no lo dudes, aún tengo unos cuantos desafíos para ti, Samuel.

Y como cualquier otro día de este verano, Sam tomó sus cosas y levantándose del mostrador se dirigió a la puerta principal que estaba justo al frente y que yo no alcanzaba a ver. Pronunció una última despedida al hombre que dirigía la pequeña tienda de antigüedades y luego se escuchó el fino tintineo de las campanillas que anunciaba que Sam se había ido. Sin haberme dirigido una palabra otra vez. Sin siquiera saber que yo estaba allí.

No fue hasta ya entrada la noche, varias horas después de que el cartel que colgaba de la entrada indicase que la tienda de reliquias y antigüedades había cerrado por el día, que pude situarme cómodamente en el asiento detrás del mostrador, el mismo que Sam ocupaba desde principios del verano cuando decidió asistir al aparente pobre anciano que parecía no darse abasto entre tantos cachivaches. 

Samuel era muy bueno reparando cosas. El reloj que ahora reposaba en la pared era prueba de ello, así como la caja de música, el tocadiscos, incluso aquella radio que tenía apenas un par de décadas. Podría perderme en la evidencia de su trabajo, ensimismada en su habilidad de traer a la vida objetos que se habían apagado hace tantos años. Pero debía permanecer alerta.

Unos cuantos metros, además de dos hileras de estantes bajos, separaban el área del mostrador, en la parte posterior del recinto, de la vitrina de exhibición y la puerta que llevaba al mundo exterior. Era una tienda pequeña, estaba llena de todo tipo de artículos de antaño, las repisas de las paredes a cada lado, desde la entrada hasta el mostrador, estaban llenas de piso a techo. Aun así, debía asegurarme de no estar demasiado expuesta a las vidrieras que daban hacia la estrecha calle. Debía ser cuidadosa, de que nadie me viera. Nadie a excepción del viejo dueño del establecimiento.

—Es un joven muy talentoso y muy apuesto también —dije suavemente, buscando llamar su atención.

El anciano se inclinaba sobre uno de los estantes centrales, terminando de organizar unas piezas de joyería provenientes de alguna importante monarquía.

—Samuel ciertamente posee una gran habilidad, aunque debo decir que ese último tema es más de tu experticia, dado que luces casi de su edad —replicó el doctor Cassius. 

Al completar su tarea, dirigió lentamente su postura hacia donde yo me encontraba, de manos cruzadas, con una mirada algo severa en su rostro. 

—Lo has estado observando jovencita, detenidamente. —dijo, con un claro énfasis en la última palabra—. No creo que deba recordarte que seas cuidadosa.

—Sam es un caballero digno de observar. Y estoy siendo cuidadosa. —Hice mi propio énfasis en esa última frase. Decidí ajustar también mi postura sobre la silla alta en la que estaba, me erguí a todo lo que daba mi mediana estatura, apoyé con increíble delicadeza las palmas de mis manos sobre el mostrador, y miré al doctor directamente a los ojos—. Quiero salir Susu, quiero ir afuera.

El sereno doctor Cassius se mantuvo impasible ante el uso de mi apodo hacia él, solo inhaló profundamente antes de responderme. 

—Lo harás Vivien, pronto. —pronunció, con mucha pausa y entonación, como para asegurarse de que yo estuviese entendiendo cada sílaba—. Simplemente, debes tener un poco más de paciencia. No queremos que se repita el incidente de la última vez.

Con la sola mención del incidente sabía que no iba a haber mayor discusión sobre el tema. No a menos que quisiera que me recordara nuevamente como aquello había sido enteramente mi culpa, y casi nunca estaba de ánimos para ese tipo de reprimenda. 

—He sido paciente por mucho tiempo. No te he causado más altercados —dije como comentario conclusivo al respecto. Y luego opté por retomar el otro tema de interés—. Y bien, ¿crees que el joven Samuel cumpla con tus expectativas? 

Me referí a Sam de la manera en que Cassius lo hacía para aliviar un poco la tensión que había apenas empezado a surgir. Me dedicó una última expresión rígida, acentuada por los pliegues de su rostro envejecido, antes de permitirse estar relajado tras otro exhaustivo día de labores. 

—Luce bastante prometedor, debo admitir, hacía tiempo que no me encontraba con un potencial como el que él demuestra.

Lentamente se fue aproximando a la puerta que estaba a mi izquierda, en la esquina al fondo de la tienda, a las escaleras que estaban detrás de ella y por las que se accedía a la pequeña unidad de vivienda que quedaba en la planta alta. 

—Muy pronto estaremos seguros de lo que es capaz —dijo haciendo una pausa antes de subir—. Pronto Viv, ya verás.

Su definición de pronto ya me estaba desconcertando. Tenía la sensación de que era un lapso más largo de lo que me hacía creer. 

—Pronto. —Hice eco de sus palabras, esbozando una leve sonrisa para demostrarle que lo había entendido ,mientras tanto proseguí elevándome de mi asiento con algo de entusiasmo—. Permíteme prepararte un té para que tengas un descanso más placentero. 

Capté el momento exacto en el que la severidad estuvo a punto de regresar a su rostro y dije:

—Aún me queda tiempo, más que suficiente para preparar un delicioso té caliente y luego regresar a mi estancia sin ningún riesgo.

Se tomó un instante para considerarlo hasta que su expresión se suavizó de nuevo. La oferta de algo que le facilitara conciliar el sueño lo persuadió lo suficiente. Él no lo admitiría, pero Cassius se cansaba cada poco más con el paso de los años. 

—De acuerdo, solo ten cuidado con la tetera, no querrás arruinar tu preciado vestido —dijo.

Sé que trató de que esa última parte sonara como otra de sus bromas, así que le seguí la corriente. 

—Por supuesto que no Susu, tendré muchísimo cuidado, siempre lo hago —dije.

Parte fundamental de mi trabajo era ser cuidadosa, especialmente en tiempos como este. Pero hablaba en serio sobre el té. Cassius necesitaba descansar, era una gran carga el que tuviese que hacer todo por su cuenta. Solo que en ningún momento especifiqué por cuánto tiempo dormiría tras beberse la dulce infusión. 

También hablé en serio sobre regresar luego a mi estancia. Necesitaba recobrar energías para lo que estaba a punto de hacer. Estaba siendo tan cuidadosa como le había reiterado a Cassius, pero también estaba siendo muy paciente. Demasiado paciente. Justo ahora, con la luz del sol asomándose nuevamente por la vitrina principal, mi paciencia estaba a punto de desbordarse mientras contaba los minutos para que se hiciese la hora de abrir la tienda. Y de que llegara Sam.

Mis manos apretaban la falda de mi preciado vestido con considerable fuerza que me obligué a relajar. Debía mantener el control. Había salido de mi estancia hace un par de horas, poco antes de cuando Cassius suele despertarse, para asegurarme que el té aún estuviera surtiendo efecto. Y así era. Pero eso también implicaba que ya había pasado algo de tiempo, el tiempo era un factor que no tenía el lujo de desperdiciar.

Estaba tan concentrada en el pasar de las manecillas del reloj que los toques en la puerta de entrada hicieron que me sobresaltara justo donde estaba, de pie, en medio de la tienda. Le di la espalda al estruendoso tic tac, no necesitaba ver la hora que marcaba para saber que mi plan se había puesto en marcha, la figura parada detrás del vidrio era indicativo suficiente. Sam estaba allí, a punto de entrar. A punto de verme.

Claro que para que eso sucediera yo debía abrirle primero. Así que, recordando cómo inhalar y exhalar, obligué a mi cuerpo a avanzar hasta el frente de la tienda, el área del pequeño recinto que usualmente estaba fuera de mi alcance visual a horas tan avanzadas de la mañana. Me acerqué para quitar el seguro y halé la puerta con un delicado esfuerzo, retrocediendo ligeramente para permitir que Sam atravesara el umbral. 

—¡Sam! —dije, se detuvo a mirarme en completo estado de confusión. Un par de focos azules posados sobre mí. No se suponía que debía haber pronunciado su nombre con tanta emoción—. Samuel, es un placer por fin conocerte, mi abuelo me ha hablado mucho sobre ti —Corregí, atenuando el tono de mi voz. 

Sam tenía un rostro muy expresivo, podía ver claramente cómo unía los puntos en su mente. 

—¡Oh! No tenía idea que el doctor Cassius tenía una nieta. Un gusto… mmm… —dijo finalmente, tras su breve estado de desconcierto, y terminó de cruzar la entrada. 

—Vivien —respondí, al tiempo que cerraba la puerta y le daba vuelta al cartel de «cerrado» a «abierto»—. Y no te preocupes, el abuelo no suele hablar mucho sobre otras cosas que no sean su última adquisición de antigüedades. 

Ambos nos dirigimos hacia el fondo del establecimiento, Sam en proceso de remover su mochila mientras avanzaba. 

—Se le habrá olvidado mencionar que estará fuera de la ciudad todo el día. Así que yo estaré contigo hoy, me pidió que te hiciera compañía —dije, al menos yo estaba contando con tener todo el día.

—Más bien te pidió que me vigilaras para que no intente reparar la tienda completa —dijo con una sonrisa ladeada. 

Estaba bromeando, una broma de verdad, una a la que reí suavemente. Sam prosiguió a tomar su familiar asiento detrás del mostrador, preparando el espacio de trabajo para sus tareas del día. Cada uno de sus movimientos era tan preciso, cada uno fluía tan naturalmente de él. 

—Así que Vivien —continuó hablando. Me percaté algo tarde que no le había dado mayor respuesta, además de la risa educada y una mirada que espero no se haya notado muy observadora. 

—El doctor Casiuss puede no haberte mencionado, pero yo seguramente no te había visto antes por aquí. —Su voz tenía un toque animado —. Definitivamente lo recordaría.

Se refería al vestido. Definitivamente, recordaría un vestido como este. Una pieza tan fuera de lugar, tan delicada. Enfócate, mantén el control. 

—Oh, es que no salgo mucho —dije de la manera más relajada que pude. Me acerqué para reposar ligeramente mis manos en el antiguo mostrador de madera, al costado contrario de donde estaba Sam—. Disfruto más los momentos en solitario. 

Eran realmente mi única opción en esta época, a excepción, claro, de aquellos que comparto con mi abuelo. Estaba observando de nuevo, perdida en cómo manipulaba cada herramienta, hasta que dije: 

—En los cortos períodos de tiempo en que puedo salir —El pensamiento escapó de mi boca sin siquiera notarlo.

—¿Puedes? —Sam pausó su trabajo de forma repentina. Ahora era él quien me daba una mirada observadora. Fue allí cuando caí en cuenta de lo que había dicho, rayos—. ¿No sueles salir mucho porque no puedes? 

Podía verlo debatir en su mente. Necesitaba cubrir mi descuido, no podía arruinarlo todo tan rápido, no otra vez. Pero la voz se trabó en mi garganta y estaba haciendo un gran esfuerzo para no ver mis brazos. Oh, Susu se va a molestar. 

—¿Estás… mmm… estás enferma o algo así? 

—¿Eh? —Mi perplejidad fue completamente genuina. 

—Digo, es que luces algo pálida, y no sales mucho. Bueno, no es que yo pueda opinar mucho sobre eso, solo me pareció que… —Sam se interrumpió abruptamente, y de nuevo podía visualizar los engranajes de su cabeza en exhaustivo movimiento. 

—No, no, sabes que, olvídalo, discúlpame. No debí preguntarte de esa manera, fue bastante grosero, no era mi intención…

—Oh, no te preocupes —El alivio había liberado mis cuerdas vocales. Sam me había dado la apertura perfecta, y la tomé sin pensarlo dos veces.

—Es algo así —Le di a mi voz un toque nostálgico que no necesariamente era simulado sam me ofreció una expresión compasiva—. Pero hoy es un buen día —dije con un ánimo que tampoco era simulado—. Así que, pongámonos manos a la obra, estoy segura de que hay unas cuantas cosas que hacer hoy. 

Sam me acababa de salvar de un seguro percance, y ahora me preguntaba con mayor fervor de qué más sería capaz. Susu dijo que no había encontrado un potencial como el suyo en mucho tiempo, así que sólo necesitaba suficiente oportunidad con él para poder determinarlo yo misma. Un día era más que ideal.

Para mi beneficio, o al menos eso me decía, había mucho que hacer en la tienda. Nos llevó poco más de media jornada inventariar y organizar los últimos artículos que Cassius había adquirido. Una docena de cuadros de diversos tamaños, más joyas, algunos tomos originales, y muchas, muchas, piezas de decoración. Yo escribía, Sam organizaba. Un par de posibles compradores se acercaron a preguntar por la mercancía que estaba en la exhibición principal, más o menos el flujo usual de clientes que podías encontrar en un local de antigüedades. Tampoco es que este lugar en particular se mantuviese gracias a ellos, solo colaboraban a que se viese más real. Sam los atendió espectacularmente y todos se fueron con una nueva pieza de colección.

De la manera más disimulada que pude, permanecí siempre en la parte posterior del recinto, ligeramente oculta detrás del mostrador, procurando hacer el menor esfuerzo posible para evitar otro desliz de control. En verdad no fue tan complicado, Sam se encargó de todas las tareas de mayor movimiento sin ninguna objeción, y lo hacía todo con increíble facilidad. Por supuesto que lo estuve observando, estudiando. Se movía entre todas estas reliquias y piezas valiosas como si las conociera desde que nació, y no como si llevara apenas dos meses manejándolas. Él era diferente. Tal vez Cassius tenía razón. Tal vez Sam sería el indicado para ayudarnos. Finalmente. Y solo había una manera certera de saberlo.

Ya casi era la hora de cerrar, el atardecer se estaba acercando. Estábamos situados a cada lado del mostrador. Sam de pie en la parte posterior para poder acceder a los gabinetes y las herramientas que contenían, a la vez que se concentraba en el mecanismo de la máquina de escribir que había desarmado hace poco más de una hora. Yo lo observaba, con mucho más detenimiento que antes, sentada en la silla alta que él me había cedido. Todo un caballero. Estaba del lado del mueble que me obligaba a darle la espalda a la puerta de entrada, pero donde podía ver a la perfección la puerta en la esquina a mi derecha. Alerta a la única persona que podía cruzar. 

—Y bien Samuel, ¿has sido siempre tan bueno reparando cosas? —pregunté con la genuina curiosidad que sentía.

Sam alzó ligeramente su mirada, entornando sus ojos de manera pensativa antes de responderme. 

—No estoy seguro, supongo. —Ahí estaba de nuevo, su mente en estado de movimiento—. Siempre me ha llamado la atención saber cómo funcionan las cosas. Y cuando sé cómo funcionan, pues, si no lo hacen, puedo ponerlas a trabajar nuevamente. La mayoría de las veces. 

Su voz se apagó un poco en esa última frase y dijo:

—Pero esta vez, nuestra paciente no requiere un tratamiento muy exhaustivo. —Ahora le estaba hablando a la máquina—. Solo necesita un par de ajustes más, pero como ya se acabó el día continuaré contigo mañana, querida amiga. 

—Oh, no, no lo creo.

—Oh, está bien, si no te falta mucho puedes quedarte hasta que termines. 

—Todo el tiempo que te necesite. Incluso podría ayudarte para que trabajes más rápido, si no te molesta claro. 

Su cara se iluminó como si le fuese dado el mejor regalo que alguien le podría haber ofrecido, y también como si le hubiese hecho la oferta más extraña del planeta. Le di una sonrisa inofensiva y dije:

—Puede que no lo parezca, pero sé una cosa o dos sobre cómo mantener objetos en buen estado.

—Muy bien, puedes ayudarme con las piezas más pequeñas —dijo Sam, su mente ansiosa por seguir en marcha—. Puedes ayudarme con las piezas más pequeñas. 

Esas también resultaban ser las más delicadas. Irónico. Le asentí en aprobación. Pero ya no tendré que ser tan delicada. Esta vez el pensamiento sí se mantuvo en mi cabeza mientras caminaba hasta la puerta de entrada para voltear el cartel a «cerrado» y luego regresé a mi lado del mostrador. Preparada para terminar con esto de una vez por todas.

Nos turnamos para ir rearmando el mecanismo de escritura, Sam dándome indicaciones cuando era yo quien colocaba la pieza. El proceso se extendió hasta poco después de que el sol se había puesto, pero en ese momento estaba siendo más paciente que nunca. Todos mis sentidos estaban enfocados, atentos ante la más mínima apertura. Un momento oportuno para probar, de una vez por todas, qué tan lejos llegaba el potencial del joven Samuel. Momento que llegó en el instante en que él mismo puso en mis manos la pieza perfecta. Una varilla alargada que debía encajar hacia la parte central.

—Justo aquí —dijo.

 El orificio donde iba era mínimo, una especie de cilindro en miniatura muy esbelto, por eso me correspondía a mí colocarla. Me dispuse a la tarea identificando el extremo de la pieza metálica que iba insertando en la pequeña abertura, las manos de Sam estaban a cada lado para evitar que lo que ya estaba ensamblado se moviese. Yo tendría que hacer un pequeño esfuerzo para asegurar que la varilla quedara incrustada en su sitio, si no lo hacía con presión podría golpear otra de las piezas. O clavar la varilla en donde no debía. Así que, con un semblante de extrema concentración, di la apariencia de que estaba posicionando el fino elemento metálico, de manera vertical, sobre el lugar donde cumplía su cometido dentro de la máquina. Y lo empujé hacia abajo con la fuerza justa para que su propósito fuese otro.

En una perfecta combinación de movimientos, el extremo de la varilla golpeó contra el borde del minúsculo cilindro, desviando su impulso hacia mi izquierda, hacia el dorso de mi mano que estaba a pocos centímetros sobre el mecanismo, donde daría la impresión que la estaba empleando para darme estabilidad. Y escuché el crack.

—¡Auch! —Solté la pieza de golpe y atraje ambas manos hacia mi pecho, una encima de la otra, usando mi derecha para cubrir el punto donde me había encajado la varilla. El dolor era auténtico, pero puede que haya exagerado un poco mi reacción al girarme del mostrador y bajar de un salto de la silla. Necesitaba que se acercara. Y como comandado por mi pensamiento, Sam se movió rápidamente de detrás del mueble hasta el costado contrario donde yo me encontraba.

—¿Estás bien? ¿Te lastimaste? —preguntó con preocupación mientras se acercaba. Había quedado convenientemente de espaldas a la puerta del fondo. Solo un poco más cerca.

—No es nada, no creo que el corte sea tan profundo —dije. Y luego evoqué en mi rostro una expresión que indicaba completamente lo contrario. Sam dio un último paso que cerró la distancia entre ambos y extendió sus manos hacia mí. Sí.

—¿Puedo? —preguntó Sam.

—Por supuesto que puedes.

 Me tomé un breve momento de indecisión, lo suficiente como para mantener el acto lo más auténtico, antes de acercar ambas manos lentamente, una encima de la otra, hacia las palmas extendidas de Sam.

No fue hasta que mis dedos se apoyaron en los suyos, cuando mi dorso lastimado estuvo gentilmente sostenido, que descubrí mi herida, su mano libre, ayudándome en el movimiento. Y la vio. Sus ojos se tornaron extrañados al examinar de cerca la punzada que parecía que me había causado por accidente. O mejor dicho, la ruptura. El pequeño quiebre justo al lado de mi pulgar fue enteramente intencional. Sobre mi piel de porcelana. Verdadera y frágil porcelana

—¿Qué demo…? —dijo Sam, la confusión, y tal vez el shock, no dejaron que Sam terminara esa frase. Ni que se moviera de donde estaba tampoco. O que se moviera en absoluto. Aún sostenía mi mano en la suya, sus pupilas dilatadas, alternándose frenéticamente entre mi rostro, ahora inexpresivo, y la grieta sobre lo que para él tenía que ser mi piel. Su mente estaba en más movimiento que nunca. Y en su defensa, la mía también. Porque si el potencial de Sam era el correcto, algo ya debía de haber sucedido.

—¿Nada? —dije en un susurro forzado. 

Porque nada había pasado. Nada se había reparado. La grieta seguía allí, yo seguía estando rota. Seguía siendo frágil. Y en serios problemas, de nuevo. Solo que esta vez sí tenía que resolverlo. Y rápido. Pero justo antes de remover mis manos fue Sam, saliendo de su estado de shock, quien se apartó de repente emitiendo una fuerte expresión de dolor. Retrocedió de un sobresalto y bajó la mirada hacia su mano izquierda, su respiración acelerada.

Sobre el dorso de su mano, justo al lado del pulgar, tenía ahora una herida interesante. Su piel se había abierto en finas líneas causando una cortada bastante peculiar. Como un quiebre. Yo lo veía también. Ahora lo veía todo claramente. Sus aberturas rojizas eran idénticas a la grieta que reposaba en mi propia mano. No pude contener la risa irónica, entendiendo finalmente la victoria amarga que estaba de pie frente a mí. 

—Vaya, eres muy especial —dije, mi voz retornando a su suave tono rasposo después de tanto tiempo —. Solo no tan especial como creíamos.

—¿Creíamos? —La voz de Sam, por su parte, sonó mucho más aguda de lo normal.

—Permítame ofrecerle mis disculpas, joven Samuel —dijo Cassius. 

Tanto Sam como yo nos giramos precipitadamente para ver al anciano, muy despierto, de pie ante la puerta del fondo, ahora abierta. Había silenciado sus pasos al bajar. Su traje de sastre estaba en punta como si el día de trabajo apenas estuviese empezando. Que siendo honestos, a pesar de la noche que brillaba en el exterior, era en ese momento donde el verdadero trabajo iba a ocurrir y dijo:

—Parece ser que a pesar de mis peticiones —su semblante lucía tan sereno como siempre, aunque sus manos cruzadas me indicaron que me esperaba otra reprimenda luego de esto. Solo que una no tan grande—, mi querida hermana nunca aprenderá el fino arte de la paciencia. 

Si la respiración de Sam se había acelerado al ver mi piel de porcelana, ahora se había detenido por completo. Cassius se dirigió a mí, había algo de molestia en él, pero no pudo evitar la satisfacción en su voz.

 —Bueno Viv, al parecer es todo tuyo ahora  —dijo Cassius.

No habíamos encontrado el diamante que buscábamos, pero aun así Samuel era una valiosa adquisición. Especialmente para mí. 

—Seré rápida, hermanito —dije alzando mi mano derecha. 

Con un movimiento de muñeca pasé el cerrojo de la puerta y opaqué los vidrios de la vitrina y la puerta, ocultándonos del exterior. Ya no importaba que usar magia acelerara mi transformación. Sam iba a solucionarlo pronto. Y no iba a permitir que pudiese siquiera procesar lo que estaba sucediendo. Otro movimiento reveló el estante oculto a pocos pasos de la puerta por la que había bajado Cassius. Apoyado en la pared lateral, un exhibidor individual diseñado para contener un único artículo, uno muy preciado.

La mirada de Sam encontró la mía, el pánico inundando esos halos azules. Hubo una época en que su miedo me hubiera hecho dudar. En la que la compasión me hubiese dominado. Pero eso había sido hace demasiado tiempo. Veía como intentaba salir de nuevo de su estado de shock. Su mente, en un último movimiento desenfrenado, averiguando una forma de escapar. Qué pena que esta sería una de las veces en que no podría hacer que los mecanismos funcionaran.

 Un gesto final de mi mano, palma extendida hacia él empujando el aire, impulsó a Sam con fuerza hacia atrás como llevado por una corriente. Y en el instante que parecía que iba a golpear el exhibidor, a destrozar el viejo mueble y reducirlo a escombros, la puerta del gabinete se abrió, y la bruma oscura salió de su interior. Sus vidrios se tornaron negros y la oscuridad, derramándose como un torrente a través de la pequeña puerta, abrazó la figura de Sam hasta cubrirlo por completo. Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, él ni siquiera tuvo la oportunidad de resistirse. Nadie la tenía. Tan pronto como había salido, la bruma había retornado nuevamente a su contenedor, el marco de vidrio encajando en su sitio.

Esperé a que la negrura se disipara en el interior, en el momento exacto en que la grieta de mi mano se había desvanecido y mi piel volvía a ser de carne y hueso, para acercarme sin riesgo a contemplar el peculiar exhibidor. Mi exhibidor. La estancia a la que me ataron hace tanto tiempo, y de la que no podía alejarme sin ponerme en grave peligro luego de varias horas. A mí, a Cassius, y todo lo que estaba bajo nuestra protección. Esa era mi maldición. Pero había algo curioso respecto a las maldiciones, algo que descubres de una otra forma. Siempre tienen un punto ciego. Y el nuevo ocupante que veía a través del vidrio era el mío. Un sustituto. Uno nuevo después de tanto tiempo. Incluso como una figura de porcelana, Sam lucía muy apuesto.

—Y eso significa, que es hora de que encontremos una nueva ubicación. —Cassius me sacó de mi ensimismamiento. Me giré hacia él, se había posicionado detrás del mostrador, organizando todo de vuelta en su sitio—. Un simple hechizo de memoria será suficiente para que la ausencia del joven Samuel pase por alto. Él simplemente se habrá ido antes a la universidad. 

Hizo una pausa y suspiró profundamente. Ya lucía cansado otra vez y dijo:

 —De verdad creí que él sería diferente. A los demás. Pensé que él tendría el potencial de liberarnos, Viv —Dejó caer su mirada sobre mí.

Le devolví una expresión comprensiva. Toda la amargura que sentía hace unos segundos evaporándose. Era difícil estar enojada con tu gemelo por mucho tiempo. 

—Seguiremos buscando Susu. Juntos. Ya puedo salir otra vez, puedo ayudarte. Con todo — dije con una gentileza que solo dejaba ver frente a él—. Y Sam sí demostró un buen potencial, no volveré a ser una frágil muñeca en un largo tiempo. Más que la última vez, estoy segura.

  —No estarás en peligro. Ni las reliquias tampoco. 

—Yo me encargaré del hechizo de memoria —estaba ansiosa por poder hacer magia de nuevo—, y del hechizo de traslación también. Mover una locación mágica requiere gran esfuerzo, déjame a mí.

Cassius simuló una mirada ofendida. 

—Que envejezcas considerablemente más lento que yo no significa que me esté quedando atrás, mi querida gemela. 

Estaba bromeando de nuevo, y una broma real esta vez. Así que le ofrecí la más real de mis sonrisas, entonces dijo:

 —Además, que hayas conseguido engañar a ese condenado recipiente de nuevo no quiere decir que no sigamos vinculados. —Oh, oh. Parecía que mi reprimenda estaba por llegar después de todo. Pero su discurso tomó un camino distinto—. Ni tampoco quiere decir, que no guardemos ambos este lugar y todo lo que contiene.

Cassius brindó una dulce sonrisa que inundó su rostro y agregó:

—Nos encargaremos juntos, como ha sido desde un principio.

—Juntos —repetí, para que supiera que lo había entendido. De verdad, esta vez—. Muy bien, ahora primero lo primero; necesito con urgencia un nuevo guardarropa, querido hermano. Quiero todo lo que esté en tendencia en esta década. 

Ahora era él quien reía suavemente ante mi comentario. Apoyé las manos a mis costados. 

—No estoy bromeando, Cassius. Quiero quitarme este horrendo vestido inmediatamente, lo he usado mucho más que los anteriores. ¡Uh! Me entenderías si acaso te generase la más mínima molestia llevar puesto el mismo atuendo por más de 50 años.

Ana Carolina González

Ana Carolina, originaria de Valencia, Venezuela, es una arquitecta apasionada por las bellas artes. Desde temprana edad desarrolló gran afición por los libros y sus historias llenas de mundos fantásticos y personajes heroicos. Durante sus años de primaria y secundaria participó en diversas actividades artísticas, entre ellas concursos literarios de redacción de cuentos, relatos y microrrelatos, en donde obtuvo reconocimientos por su destacado trabajo. Posteriormente, se dedicó a su formación profesional, realizando sus estudios de arquitectura de la mano con sus prácticas de ballet clásico, a la par que continuaba cultivando su pasión por la literatura. Su afición por la lectura creció considerablemente durante esos años. Hoy en día Ana Carolina encuentra su voz a través de la arquitectura y los libros, retomando poco a poco también su expresión a través de la escritura. Busca capturar la esencia de esas historias fantásticas y transmitirlas en su trabajo del día a día, reflejando en cada proyecto su creatividad e imaginación, al igual que sus conocimientos técnicos como arquitecto, y la disciplina y dedicación que consolidó tras sus años de bailarina. Disfruta además de todo tipo de actividades de expresión artística. Cuanto no está inmersa en un libro, pasa sus tiempos libros escuchando música o viendo series y películas con su familia y amigos. Le emociona todo lo que fomente su creatividad y expanda sus conocimientos.