Hace muchos, muchos años…

2023-09-16 María Milagros Moros Parra

Hace muchos, muchos años, en un reino muy, muy lejano, ocurrió la catastrófica muerte del rey de aquel reino. Un rey amado y venerado por todos, un rey justo que criaba a sus seis hermosas hijas para algún día ocupar su lugar en el trono. Lastimosamente, su muerte tan repentina no permitió que una de ellas cumpliera la mayoría de edad antes de tomar la corona, haciendo que la pobre niña de quince años asumiera el cargo de reina a tan corta edad. Las seis hijas eran las más hermosas en todo el reino. Todas de piel nívea y cabellos oscuros como la noche, ojos tan profundos como el más hondo de los océanos y labios tan rojos como las fresas. Pero, la mayor de ellas tenía algo que las otras no tenían. Nadie sabía qué, pero había algo que la hacía la más hermosa de todas. La más hermosa del reino. Y todo el mundo lo notaba, incluso sus hermanas.

Una tarde de invierno, ya pasados meses de la muerte del rey, a la actual reina le llegó un presente de un supuesto familiar lejano. Era una caja enorme, tan grande como ella y envuelta como si no quisiera que nadie la abriera. En la soledad de su alcoba, la pequeña reina sacó una navaja y rasgó todo el envoltorio. Batalló para lograr ver el contenido de la caja, a duras penas lo logró, y cuando sacó su contenido quedó fascinada: un espejo con bordes de oro.

Llamó a un sirviente para acomodar el espejo en su pared vacía y cuando estuvo ya colgado se miró en él, sonrió y se colocó de lado para ver cómo caía su vestido por sus caderas hasta sus pies. Después de la cena pidió permiso para retirarse temprano, pues estaba agotada del día tan largo que había tenido. Se colocó su ropa de dormir, se recostó en la mullida cama y se arropó hasta la cintura cruzando sus manos sobre su abdomen alto, sus ojos se cierran dispuestos a descansar al fin, pero una voz interrumpe su faz inmutable.

—En efecto, hasta dormida es la más hermosa de todas —dijo una voz armoniosa y masculina.

La reina, asustada por el posible intruso, se cubrió con las sábanas hasta la quijada.

—¿Quién anda allí? ¿Quién osó profanar mi alcoba? ¡Sal de tu escondite, vil malhechor!

Miraba a todos lados en busca del intruso, pero no había nadie.

—No soy ningún malhechor ni mucho menos, reina mía.

Ella seguía mirando su pieza en busca del dueño de esa voz hasta que sus ojos se toparon con el espejo en la pared. Sus ojos dejaron de buscar para solo verse a sí misma. Pero de un momento a otro, un rostro se asomó del espejo. Como si estuviera dentro de aquel espejo. La reina gritó tan fuerte como le fue posible, tapándose por completo con las sábanas. De inmediato, sirvientes y guardias entraron a la estancia, alarmados.

—¿Qué sucede con su majestad?

—Hay un… un… —Señalaba a todos lados asustada, pero sus ojos se quedaron viendo el espejo.
El espejo, aprovechando que los guardias le daban la espalda, se presentó ante ella con una leve sonrisa comprensiva, llevó una de sus manos a sus labios en petición de silencio. Por alguna extraña razón, la reina le hizo caso.

—Hay… una polilla en el clóset.

—¿Una polilla? —Ella asintió con la cabeza—. Ya la sacaremos, su alteza.

Los guardias se retiraron, pero los sirvientes buscaron y buscaron la dichosa polilla y no encontraron rastro de algún bichito.

—Se ha de haber ido por la ventana. Lamento haberles alterado.

—No se preocupe, que descanse, su alteza —dijo uno de ellos cerrando la puerta a su espalda.

La reina giró su cabeza hacia el espejo y de inmediato se presentó el rostro de él.

—Me dirás qué se supone que eres o mañana mismo te llevaré al calabozo —La voz tartamudeante de la reina estaba falta de seguridad y convicción. El espejo rio leve.

—No hace falta. Me presento: soy el espejo de Auradon, pero si usted gusta puede llamarme Máximus.

—Máximus. —Ella pronunció su nombre como si saboreara cada sílaba—. ¿Y qué haces dentro de mi espejo? ¿Te hechizó una bruja malvada acaso?

—Es una larga historia, su alteza, ya luego se la diré —dijo Máximus, sonrió mostrando sus blancos dientes.

Ya el susto pasó y la adrenalina se disipó, permitiéndole a la reina mirar con detalle el rostro del espejo. Era un hombre, tal vez de su edad o un poco mayor, tenía el cabello en suaves ondas que él debía retirar con una mano grande y agraciada de vez en cuando, tenía ojos de un verde intenso y labios finos que esbozaba una sonrisa juguetona en ocasiones. Su imagen solo mostraba su rostro, cuello y un pequeño trozo de sus hombros, y solo cuando se las llevaba a la cara, también sus manos. La reina tenía tantas preguntas por hacer, tanta información que ignoraba y necesitaba, pero también necesitaba descansar.

—Debería ir a dormir, su majestad. Ha de estar muy agotada de un día tan largo.

La reina solo se fue a la cama, pero cuando estaba por acercarse, tomó su navaja y la colocó debajo de su almohada, no sin antes amenazar con ella.

—Como quieras salir del espejo para matarme, te mataré yo primero.

Pero en el fondo rogaba que no sea así, ella no se atrevería a hacer tal cosa. El espejo rio.

—Buenas noches, reina mía.

Las primeras noches desde aquella aparición, la reina trató de convencer a alguna de sus hermanas que le permitiese dormir en su habitación, pero todas se negaban rotundamente. No es que ella sintiera miedo, solo que seguía desconfiando de aquel espejo parlante. Noche tras noche que ella volvía a su habitación, agotada y con pocos ánimos, el espejo le hacía compañía. Su rostro agraciado le sonreía cada que ella le mirase por accidente, aunque luego girara los ojos con desdén.

El espejo parecía ser de una personalidad vibrante, muy hablador e incluso soñador. Varias veces mientras ella se arreglaba el cabello lo cachaba viéndola embobado con su barbilla apoyada de su mano.

—¿Qué tanto miras?

—Solo la belleza indiscutible que posee, su majestad.

—¿Belleza indiscutible?

—Tan indiscutible que todos los reinos vecinos hablan de ella con admiración. Oí hablar mucho de la descomunal belleza de la hija del rey Steffano III, pero la hermosura que solo puedo ver yo vale más que todo el oro de todos los reinos. Ella procuraba no verle a los ojos intensamente verdes, y cada vez que decía un elogio similar, bajaba la vista y dejaba que sus cabellos oscuros ocultaran el rubor de sus mejillas. Comentarios así iban llegando de vez en cuando. Y lo que pasó de ser noches donde el espejo monologaba y ella fingía no oírlo se volvieron noches de largas conversaciones.

—¡Cielos! ¡Deberías ver el nuevo pozo de deseos! Es hermoso —dijo ella terminando de trenzar su cabello frente al espejo—. He estado cantando allí y palomas blancas se han acercado.

—¿Ah sí? De seguro es porque tienes la voz más armoniosa de todas.

—¡Bah! ¡Calumnias! Estoy segura de que debes decir que todo lo que veas o escuches es hermoso.

El espejo soltó una sonora carcajada.

—¿Me llamas hipócrita acaso? No, su alteza, no tengo un pelo de hipócrita.

—¿Entonces porque siempre que me hablas dices cumplidos y elogios? —La reina acercó su rostro al espejo y por un momento pareció verlo enrojecer apenas un poco.

—Solo digo lo que pienso y lo que considero verdad. ¿Quieres oír una crítica negativa? Pues, aquellas flores están marchitas y horrendas, ya va siendo horas que alguien las cambie. La reina volvió la cabeza a la mesita de noche, donde reposaba un jarrón con peonías y tulipanes ya marchitos. Tenía razón, se veían muy mal.

—Ya vuelvo, iré a mandarlas a cambiar —Y tras una sonrisa pequeña, salió a cumplir su cometido.

Entró de puntillas a la cocina para ver si el jardinero se encontraba cerca. Por suerte lo encontró conversando con una de las amas de llaves y un cocinero.

—¡Oí que necesitaban todo el oro posible! ¡Qué pecado! Solo Dios sabe lo difícil que es conseguir buen oro en estos días —dijo Bruno, el jardinero secando su frente sudada con una servilleta.

—Pero no creo que lo que digas es verdad, ¿venir a quitar prestado oro a su alteza? ¿Seguro?

—Tal vez y solo lleguen a plantear la situación y buscar alguna solución con apoyo de un monarca —respondió el cocinero a la ama de llaves—, también me preocupa lo que rumorean los condes del Sur: dicen que la princesa… Perdón, reina, es bonita porque dura horas arreglándose. Dicen que pudo haber sido un hechizo y que tal vez no sea tan linda como en reali…

—Buenas noches tenga usted, Don Oliver —interrumpió la reina con una sonrisa dulce en el rostro—. Señor Bruno, ¿Sería tan amable como para ir a buscar un par de tulipanes nuevos?

La reina inconscientemente hizo batir sus pestañas y poner los ojos que siempre ponían ella y sus hermanas cuando querían algo.

—¿Tulipanes, su excelencia? ¿A esta hora?

—No me agrada dormir con flores secas y estas ya lo están, tristemente.

Los tres se miraron entre ellos y tras una encogida de hombros, Bruno tomó el jarrón y salió en busca de las flores nuevas. Al volver la reina se excusó diciendo que ya tenía sueño, le dio las buenas noches al espejo y se metió bajo las sábanas pero sin poder conciliar el sueño. Daba vueltas entre los edredones pensando sobre la conversación que escuchó allá abajo. ¿Por qué no sabía de aquella necesidad de oro en el reino? ¿Por qué nadie le habló de las necesidades que sufrían? ¿Será verdad que especulan acerca de su belleza? Ella prometió que no le daría más importancia, y juró tratar que algunos comentarios no le hagan perder el sueño en el futuro, pero era difícil cuando por los muros del castillo se oía:

—«La belleza le durará poco».

—«Ningún hombre quiere una mujer tan hermosa que en cualquier momento le cambie por otro, por eso los caballeros buscan mujeres de belleza promedio».

—«¡Esa niña! Su único trabajo es ser bonita y batir las pestañas, el día que use su cerebrito volarán los cerdos».

—«Conozco nenas más bonitas y útiles que ella».

Y al año no quedaba rastro de la niña feliz que asumió un cargo que le queda grande, solo quedaba una reina de 16 años de mirada apagada que trataba de mantener un reino en pie y procurando callar las voces en su cabeza que le decían:

—«Eso ¿qué es?».

—«¿Una arruga?».

—«¿Una verruga?”».

Y en el palacio nadie parecía notarlo, sus hermanas lo pasaban por alto y los sirvientes asumían que simplemente era un acto de niña caprichosa. Todos excepto alguien: Máximus.

«¿A dónde se fue el brillo en sus ojos? ¿Qué pasó con la sonrisa que tanto amo? Si tan solo pudiera salir de este triste espejo y devolverle la alegría a su precioso rostro», pensaba siempre que la veía andar como si fuera la sombra de lo que fue hace tiempo.

—Su majestad… —llamó una vez antes de que ella saliese a hacer su trabajo como monarca.

—¿Qué necesitas, Máximus? —Ella se acercó hasta quedar de frente a él. Enfrentándose al verde de aquellos ojos.

—No soy quién para atreverme a preguntarle tal cosa, pero me trae con angustia esta interrogante: ¿por qué ya no hablamos tan seguido? ¿Acaso hice o dije algo que no debía?

Ella rio sin gracia.

—Para nada. Solo que hablarle implica verle, y si lo veo de una u otra forma puedo ver mi reflejo.

—¿Y cuál es el problema?

—Si veo mi reflejo comenzaré a buscar posibles imperfecciones en el, y no estoy de ánimos para ello últimamente, lamento si pareció que no quería charlar contigo, Máximus.

—¿Imperfecciones? ¿Usted? ¿De qué me habla? Es imposible que usted tenga algún imperfecto —Él se llevó una mano a su quijada de forma pensativa.

—Te recuerdo que no existe nadie perfecto.

—Pero yo le recuerdo a usted que en los ojos correctos siempre será la perfección hecha persona. —La reina tragó, pues de repente sintió su corazón dar un vuelco. Antes de marcharse, el espejo la volvió a llamar, al girarse para verlo se encontró con esos ojos verdes llenos de brillo y esperanza—. Me he pasado de atrevido estos días, pero solo me hace falta una última confesión que ya no le encuentro ni solución, ni logro callar por más tiempo. La amo, reina mía.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y sus pies la dirigieron de vuelta frente al espejo, posó una mano contra el vidrio frío y la imitó, se miraron a los ojos que ambos cargaban con lágrimas y con una sonrisa débil y vacilante, ella respondió:

—También te amo —susurró.

Pero esa noche algo cambió en la reina. Esa misma noche fría que declararon su amor fue la misma noche que ella vio aquel espejo ser sacado de su pieza. No se sabe quién dio la orden de empeñar el oro de su borde, pero lo sacaron en contra de su mandato. Para no quedar como una reina mala ante sus súbditos se tragó el nudo en su garganta y vio cómo llevaban al amor de su vida a otro lugar. Durante la noche, vio la pared vacía y rompió en llanto.

¿Cómo se pudo enamorar tan rápido y tan fuerte, de alguien que nunca podría tocar
directamente? No tenía el calor de su padre y sus hermanas estaban muy ocupadas en sus propios mundos, sus sirvientes empezaron a verla como una niña mimada y sus súbditos le alejaban. Desde allí algo en ella se rompió, renació una versión codiciosa, ególatra y soberana de la reina. Una reina que perdió el amor a su reino y se preocupaba solo en verse perfecta a los ojos de los demás hasta que llegó a la adultez y una chiquilla de tez pálida llegó a su vida.

—Espejito, espejito. —Encontró otro espejo como el que tuvo hace años, pero este era un espejo tan triste y carente de sentimiento como ella—. ¿Quién es la más bella del reino?

Preguntaba eso cada día, esperando que aquel espejo le respondiera algo similar al que le fue arrebatado hace años.

María Milagros Moros Parra

Mi nombre es María Milagros Moros Parra, nací el 25 de abril de 2008 siendo la primera y única hija de un matrimonio que esperaba con ansias tener un bebé. Descubrí mi amor por el baile a los 4 años de edad y desde la fecha soy bailarina de danza nacionalista y contemporáneo. Aprendí a leer a los 3 años pero nunca me llamo la atención hasta los 8 cuando, la saga de Harry Potter, me llevó por el camino de la lectura. Desde muy pequeña mostraba pasión por narrar historias que se me venían a la cabeza y hace 4 años comencé a escribir historias en la plataforma digital: Wattpad. Y justo ahora a mis 15 años de edad, continúa mi vida en el mundo del baile y las páginas de los libros que leo, manteniendo el sueño de que algún día, otra jovencita encuentre en los libros de mi autoría la magia que yo encontré en un pasado en las historias de mis autores favoritos. Aquel sueño lo veo cada vez más real gracias al Curso de Escritura de Relatos, que me brindó de las mejores experiencias literarias.