Entre mis dedos

2023-08-29 Nadiuska Villanueva

Estábamos en la sala de mi casa, descalzos, abrazados, bailando esa clásica canción de los ochentas Total Eclipse Of the Heart, apagamos todas las luces, lo más importante era sentirnos, estábamos tan cerca uno del otro que su respiración acariciaba mi cuello y la mía pasaba por su oreja; mi mano derecha se paseaba por su espalda, de arriba hacia abajo, una y otra vez. Culminó la canción y el silencio nos invadió. Quise sentir sus labios, que seguramente tenían sabor a ese vino que nos habíamos tomado. Me miró y me regaló esa sonrisa que me decía que debía irse. Ya eran las ocho y media de la noche y su esposo estaba por llegar. Quería tenerle por mucho más tiempo, pero yo solito me metí en este lío.

Al siguiente día, me levanté temprano y salí a trotar, me gusta mucho ver los primeros rayos del sol, la música a todo volumen en mis oídos y al terminar acostarme en la grama del parque central de Valencia. El parque Fernando Peñalver, con sus variados tonos de verde, me inspira tranquilidad y descanso. Pero por mucha cantidad de personas que vea a mi alrededor, no dejo de pensar en Camila; hoy quisiera verla de nuevo, así que pasaré por su casa, caminando lento, viendo su jardín, si tengo suerte estará ella allí, regando sus flores.

Se mudaron hace 2 años a la casa de al lado; su esposo Raúl es gerente de un supermercado en el centro de la ciudad. Un tipo básico, que intenta disimular la falta de cabello con un peinado de medio lado. Su hijo Daniel, de 6 años, muy parecido a su mamá, color canela y de cabello liso abundante, está empezando sus clases de primer grado. Camila trabaja en horario de oficina en una gran empresa de la zona industrial; una mujer de buen vestir y amante de la naturaleza. Quizás eso fue lo que me atrajo de ella, su sencillez, pero al mismo tiempo derrochando elegancia por donde pasara, hasta en deportivo se veía realmente hermosa y atractiva.

Yo con 32 años, sin hijos, soltero y sin ganas de casarme. Me acostumbré a estar acompañado a ratos, pero sobre todo a estar conmigo. Fiel amante de los clásicos de Hollywood, la música y las caminatas alrededor de la naturaleza. Me dedico a vender autos en el concesionario de mis padres; aunque realmente a vender todos los servicios que ofrece el negocio, lavado, reparación y mantenimiento. Fue en el concesionario donde conocí a mi mejor amiga, una fiel compañera de aventuras en el cerro El Casupo. Ella es quien logra sacarme de la cama muy temprano para hacerle el desayuno luego de irnos de fiesta la noche anterior, nuestra amistad comenzó porque nos pareció curioso que nuestros nombres se parecían mucho, me llamo Nathaniel y ella Nathalia.

Lo mío con Camila no se lo conté a nadie, ni siquiera a Nathalia. Era algo tan mío, tan nuevo en mí; desear a una mujer ya comprometida, que lo quise mantener oculto, además, porque el que come callado, come dos veces.

Un viernes por la tarde, estaba en casa y noté que Camila hacía arreglos en su jardín, me dediqué a mirarla como si fuera una serie de televisión en su momento más tenso; no me perdí de ningún detalle. Sus manos protegidas por unos guantes, su cabello recogido con una cola de caballo. Sinceramente, me dejaba mucho a la imaginación, ya quería tener su cabello entre mis dedos; el sol de las 5 de la tarde le daba en la cara y mis ojos no paraban de brillar, su piel morena se dejaba ver con esa franelilla blanca. Ese short blue jean que usaba me mostraba sus piernas bien definidas, sus rodillas en la grama verde y las flores a su alrededor fueron la imagen perfecta. Se levanta y busca abrir la llave del agua para regar las plantas, yo deseoso por verla mojada.

Eran las 10 de la noche, cuando bajé de la habitación y fui a la cocina a tomarme un batido de chocolate que había dejado por la mitad; miré por la ventana y veo como las ramas de los arbustos que limitan las casas se estaban moviendo, apago la luz de la cocina y me quedo observando, se movían un poco más fuerte. Las hojas estaban cayendo, ya podía escuchar las ramas partiéndose, definitivamente algo venía hacia mi jardín. Cuando por fin sale una pierna y un brazo que ya reconocía yo. Era Camila tropezando con las ramas, hasta que logró salir y caminó hacia la puerta, le abrí de inmediato.

Estando ya en la sala de la casa, dejamos que la luz de la luna menguante entrara ligeramente por una ventana. La abracé, la apreté con fuerza hacia mí, no dejaba de sonreír. No decíamos nada, solo disfrutaba de su aroma, de su cabello largo entre mis dedos, acaricié con mi nariz sus orejas y su cuello. Paseaba mis labios por su hombro, su mirada me decía: no dejes de recorrerme. Entendía absolutamente todo lo que deseaba, nos fuimos al sofá y se sentó encima de mí; tomó mis manos y las colocó en sus pechos, tomó mi cabello, lo jaló, quedé mirándola fijamente. Desabroché su camisa, hundí mi cara contra su pecho, mi lengua recorrió ese camino que va hacia su cuello y mentón. Me levanté con ella cargada, la senté en el sofá y me arrodillé; besaba su abdomen mientras intentaba quitar sus pantalones. Me empujó de golpe hacia el suelo y gritó: 

—¡Daniel!

Su hijo de 6 años entró por la cocina.

—Mami, te estaba buscando —dijo Daniel asombrado.

—Hijo, ¿qué haces despierto? —respondió Camila algo nerviosa.

—No podía dormir, te vi entrar a los arbustos, pensé que te habían hecho daño y necesitabas ayuda —contestó Daniel con preocupación.

—Yo, yo, me lastimé cortando la maleza y le pedí ayuda a Nathaniel. Vamos ya a la casa —dijo Camila señalando la puerta.

En ese momento se ven unas luces de automóvil, estaba llegando Raúl. Daniel salió corriendo a recibirlo y más atrás Camila y yo, estábamos aterrados por lo que le pudiera decir el niño a su padre.

—¡Papá has vuelto! —dijo Daniel emocionado.

—Hola Dani, ¿qué haces despierto? —preguntó Raúl extrañado.

—Buscaba a mamá, estaba con Nathaniel —contestó Daniel señalando la puerta de la casa.

—Estaba con Nathaniel —respondió Raúl con un tono de voz más alto.

Y repitió mi nombre 3 veces más.

—Nathaniel, ¡despierta ya! —dijo Nathalia dándome de empujones en el sofá.

Había entrado con la llave auxiliar que le di en casos de emergencia.

—Tengo horas llamándote —dijo Nathalia algo alterada.

—Estaba dormido, por si no lo notaste –—contesté.

—Tengo días sin saber de ti, me preocupé. ¿Qué carajos estás haciendo? —preguntó Nathalia colocando su mano derecha en su cadera y la izquierda la alzó hacia mi dirección.

—Nada, solo no me apetece salir como antes —dije con tono de flojera.

—Bueno, ya veo que estás bien. Me largo. Más te vale contestar el teléfono la próxima vez, no me gustaría llegar y verte desnudo – dijo ella subiendo la ceja izquierda.

—Pero si eso es lo que más deseas —dije sonriendo.

—Cállate —Nathalia salió y cerró la puerta de golpe.

Un lunes, a las dos de la tarde, estaba en el concesionario atendiendo clientes, veo entrar al garaje de servicios el auto de Raúl. Un Corolla blanco del año dos mil ocho, lo que se me hizo muy extraño; él no le hacía mantenimiento a su vehículo en nuestro taller. No hice el intento de acercarme, mantuve distancia y mandé a un empleado a atenderlo. Terminé con los clientes y me fui a mi oficina, tomé mi libreta, busqué el espacio en blanco que había a mitad de ella. Empecé a escribir, es lo que suelo hacer cuando algo no me sale bien, cuando tengo ideas o simplemente cuando quiero desahogarme.

Redacté con detalle lo que para mí ha sido la mejor idea que se me ha ocurrido. Quería aprovechar la oportunidad que tenía frente a mí. Raúl dejaría su vehículo, yo fácilmente sacaría las ruedas, tomaría sus pastillas de frenos, las reemplazaría por unas desgastadas, dejaría poco líquido de frenos, algo no detectable al primer momento. Raúl saldría del taller como si nada, viajaría en la autopista, pero al buscar su salida, un camión a alta velocidad se pone en su camino. Raúl intentará frenar y justo en ese momento, sus frenos no van a responder; su vehículo se estrellaría contra el camión, dejando así, a Raúl, fuera de la vida de Camila; dejándola solo para mí.

El miércoles de esa misma semana, cuando iba saliendo de la casa, justamente Camila también salía por su puerta, la miré y nos sonreímos. Me subí en mi auto y me quedé observándola, a los pocos segundos llegó Raúl. Bajó de su auto, caminó hacia ella, la abrazó y la besó, apreté el volante con fuerza, sentía impotencia. Tomé calma al recordar que Camila y yo habíamos reservado el sábado para una salida juntos, aprovechando que su esposo estaría fuera de la ciudad.

Esperaba con ansias el fin de semana, Camila y yo nos daríamos esa escapada que tanto deseaba; yo le propuse ir al pueblo de San Joaquín y subir el cerro Los Aguacates, un lugar maravilloso para disfrutar de la naturaleza, pero sobre todo un lugar alejado de personas que nos conocieran. De camino los clásicos de los 80 y 90 nos acompañarían. Varias canciones las cantaríamos a todo pulmón, «qué día tan maravilloso», dije dentro de mí.

Llegamos al pie del cerro a las ocho de la mañana, había un sol radiante, unas nubes blancas nos acompañaban. Empezamos la caminata por un camino amplio de tierra, alrededor solo había árboles de gran tamaño, ya cuando llevábamos una hora de caminata y estábamos mucho más alto, se podía apreciar el gran Lago de Valencia. Alrededor de nosotros podíamos ver como las flores de diferentes colores decoraban la pared de la montaña. Una frondosa vegetación nos arropaba. Nunca subí tan lleno de energía y entusiasmo, y eso que subí varias veces con otras mujeres. Ya se escuchaba la Gran Cascada, por primera vez encontramos a un grupo de personas regresando; todas las que habíamos visto antes, iban en subida igual que nosotros.

Cuando llegamos al pie de la Gran Cascada, subimos una pared de rocas y de ramas de árboles que estaban por supuesto muy húmedas y resbaladizas, la brisa con gotas de agua pegaba en la cara; ya eso nos iba refrescando. Con la cascada frente a nosotros, como cosas del destino, estaba sola; no tenía ni idea de a donde se habían ido las personas que subían delante de nosotros, teníamos ese maravilloso espacio de la naturaleza para nosotros nada más.

Habíamos reposado unos treinta minutos, Camila empezó a quitarse la franela que cargaba y quedó en sostén deportivo y su short de licra. Yo de inmediato empecé a quitarme la franela, nos fuimos metiendo al agua poco a poco; el pozo no es profundo, el agua es superfría y hay bastante brisa. Me aproveché de la situación y la abracé para darle calor, la tomé de los brazos y la llevé conmigo a la pared de la Gran Cascada. Nos mojamos juntos y fue entonces cuando la besé con todas esas ganas que tenía desde hace días, ella me dio la espalda, tomó mis abrazos y los colocó en sus pechos. Mientras colocaba su cabeza a un lado, dejándome su cuello a libre camino, no me permití dejar camino sin recorrer, cuando la volteé hacia mí para besarla nuevamente. Camila me frenó por unos segundos, miró alrededor y cuando su mirada quedó frente a la mía sonrió de medio lado y bajó su mirada hacia mi entrepierna, le devolví la sonrisa y la apreté hacia mí besándola y tocando sus glúteos con mis manos. Las manos de ella estaban en la goma de mi short, jalandolo hacia abajo, me empujó hacia una roca que me sirvió de silla. Camila dio la vuelta y ella misma bajo su short de licra negro, la tomé de la cintura, la senté en mis piernas y con mis manos seguía recorriendo todo su cuerpo. Al llegar a su entrepierna y entrar más a fondo, entre mis dedos sentí un río de placer desbordándose. No sabía dónde había más líquido, si en la cascada o dentro de ella. Camila y yo nos dimos el mayor placer que pudimos tener ese día, esa cascada, esa vegetación alrededor fue lo que hizo perfecto el momento.

Era un miércoles cualquiera, salí temprano a trotar, me tomé por el camino una limonada bien fría que me hacía sentir muy bien, escuchaba mi música a todo volumen. En mi playlist sonaba My Immortal, cuando al llegar a una cuadra de la avenida noté un grupo de personas acumuladas en la calle y en la acera, la calle estaba cerrada para los vehículos. Decido avanzar y le pregunto a una señora que estaba haciéndole comentarios a otra persona, imaginé que sabía lo que había ocurrido. Me quité el auricular de la oreja y le pregunté.

—Señora, buen día. ¿Qué ha ocurrido? —dije señalando la calle

—Un choque, un carro que no frenó, hay una persona herida, al parecer —contestó la señora mirando en dirección al accidente.

Como igual tenía que seguir por ese camino, avance un poco más, hasta que veo un gran camión volteo año noventa y nueve, con un Corolla blanco dos mil ocho justo debajo de su batea, el chasis del camión y el parabrisas del Corolla se unieron; había vidrios y partes del carro por el alrededor. Mi corazón se aceleró y pensé de inmediato en lo que había escrito en mi libreta, si ese era el auto de Raúl, lo que escribí, realmente estaría pasando, no lo podía creer. Así que como pude entré a la multitud y me acerqué mucho más. Ya estaba cerca de la maleta, veo en el pavimento mucha sangre, sentí algo de miedo, por el vidrio ahumado veo una silueta; la persona del accidente aún estaba allí, me acerco a la puerta del piloto que estaba abierta y destrozada mirando al piso. Mucha sangre derramada, mientras subo la mirada muy lentamente, estaba muy nervioso, el parabrisas era tan solo cuadritos transparentes que al darle la luz brillaban. Los pies no se veían, todo el tablero aplastaba las piernas inmóviles que ahí se encontraban, sigo subiendo la mirada y veo un abdomen color canela con chispas de sangre, que apenas y pude ver un lunar al que siempre comparé con el mapa de Polonia. Ya mis latidos eran más fuertes y sentí que el mundo se puso en silencio total, mi mirada llegó hasta el pecho, vi el hierro de ese camión se dentro en su hombro derecho, partió el hueso, rompió la piel y dejó salir su sangre, la misma sangre que llevaba Daniel por sus venas, sus ojos cerrados, su cara se veía ya apagada. Camila estaba en ese asiento.

Ese hierro dentro de ella, me estaba quitando la historia más maravillosa que ya estaba dispuesto a vivir sin esconderlo a nadie, Nathalia iba a saberlo. Había pensado ya en mostrarle mi libreta; que leyera todo lo que con un lápiz entre mis dedos escribí. Pensando en todo lo que deseaba vivir con Camila. Los bailes en mi sala a oscuras, las caricias en el sofá con la luz de la luna y por supuesto, llevarla a subir el cerro. Quería que Nathalia me apoyara para hablarle a Camila de frente como un hombre que estaba interesado en tenerla, no como el simple vecino que pasaba y le daba los buenos días.

Estoy dispuesto a arrancar esa página que escribí en la oficina, estoy dispuesto a quemarla si eso hará que Camila regrese del hospital viva, soy capaz de compartir a Camila con el simplón de su esposo; que la cuide el mientras esté en recuperación.

Jueves a las seis y media de la mañana desperté de golpe, con el corazón muy acelerado, me quedé sentado por unos minutos en la cama, en el pecho sentía algo desagradable, me levanté, me duché y salí a trotar como de costumbre; pasando primero por las bonitas flores que siembran mis vecinos.

Nadiuska Villanueva

Naci en Guacara el 11 de junio de 1992. Amante de la naturaleza y los animales, dedicada y creativa. Me gradué como Higienista Industrial. Desde mi niñez me gusta escribir, crear o transformar historias. Siempre he estado rodeada de libros en casa. La poesía llego a mi vida y se quedó. Desde entonces cada vez que puedo me instruyo más. He tomado cursos de escritura creativa y tengo varios poemas publicados en mi blog de Instagram.