Dios ayúdame

2023-08-28 Rut Mencía

Quiero que sepan que yo siempre he dicho que la apariencia física no es un factor determinante al buscar pareja, lo que más importa siempre es la personalidad y los valores de la otra persona. Pero mentiría si dijera que siempre he pensado así.

Mucho antes de que las redes sociales fueran una referencia inquebrantable para la sociedad, mis intereses románticos durante la secundaria si es que tuve alguno fueron los protagonistas de mis películas favoritas, en ese momento fui muy mojigata.

Se destacaba uno en particular, en la que era en ese tiempo la nueva película de la saga de Narnia: El Príncipe Caspián. Un joven de rostro aniñado, cabello moderadamente largo y oscuro, y expresión dulce. Además, este joven representaba un papel de un príncipe

amable, caballeroso e inocente, una lindura si me lo vuelven a preguntar hoy en día, pero en ese entonces, fue mi primera obsesión. Tenía la galería de mi teléfono llena con fotos

del actor.

Mis amigas no estaban de acuerdo conmigo, ya que para ellas el físico impresionante era directamente lo más importante, sus gustos constaban de hombres exageradamente musculosos, de rostro severo. Algo que para nada me llamaba la atención.

Para mí lo era todo, un rostro inocente, una voz dulce y expresiones amables, por eso cuando el nuevo chico llegó a mi iglesia se volvió el centro de mi atención. Ese día llegamos tarde, nos sentamos en nuestros lugares y fue ahí que lo vi. Era un muchacho alto, de hombros anchos, encorvado, pero de esa manera que puede ser atractiva. Usaba jeans, franela blanca y sobre ella una camisa de cuadros. No me dejaba de causar ansiedad ver cómo los demás se acercaban a saludarle y yo no podía, ya que no lo conocía de nada. A leguas se le podía notar que era un muchacho introvertido, se quedaba en su puesto cuando llegaba, eran los demás que se acercaban a él y a su familia para saludar, lo cual tenía sentido, porque eran los nuevos. ¿Y si me acercaba a saludar?, ¿pero cómo, si no lo conocía? Podría llegar y presentarme, pero… no, iba a quedar como una creída, no quería espantarlo. No quedaba otra manera que esperar poder conocerlo naturalmente, sí, mucho mejor… pero no podía dejar de verlo. 

Las semanas pasaban, cada martes en mi iglesia lo veía desde lejos, con curiosidad. Además, era un misterio, en todo este tiempo, no había llegado a ver bien su cara. Él se sentaba con su familia siempre muy adelante, mi familia acostumbraba a sentarse atrás. Lo que más impedía ver su rostro era lo que más me obsesionaba: su larga cabellera. Sí, así era, este chico cumplía con casi todas las características físicas que me gustaban. Era de tez clara, era más alto que yo y tenía un precioso cabello largo que le cubría todo el cuello, y pues, la cara. Un día en la iglesia todos los jóvenes empezaron espontáneamente a reunirse al final del culto para hablar y bromear, nada fuera de lo común.

 Excepto porque esta vez, yo estuve ahí, por fin pude verlo. Las manos me sudaban. No solo eran sus cejas oscuras y pobladas, o lo largo de sus pestañas, sino el precioso color café rojizo de sus ojos lo que me capturó por completo, impidiendo que pudiese despegar la mirada de él. Y tampoco podía dejar de temblar. Es importante aclarar que esta era la primera vez que me sentía tan atraída por un muchacho, era territorio inexplorado, este no era cualquier muchacho, era el más parecido al de mis sueños.

Cada semana, a partir de este día, cuando llegaba a la iglesia, me acercaba primero a saludarle a él y a su familia. Y no saludaba como quien saluda por compromiso, yo le ponía empeño. Sin embargo, eso era todo, nada de eso lograba darme mucho progreso, considerando que aún no sabía su nombre. ¿Y si le preguntaba a alguna amiga?, no… tenía

dos amigas en la iglesia, Valentina y Victoria. Con Victoria, apenas hablaba, era Valentina con quien tenía más confianza, pero no la suficiente como para exponer mis sentimientos.

¿Sentimientos?, solo estaba medianamente interesada en él, no era para tanto. Pero solo

pensarlo me ponía nerviosa.

Un día, al final del culto, lo vi sentado en la primera fila, estaba solo y de espaldas a todo el mundo. Estaba inclinado hacia adelante, cabizbajo, era raro verlo de ese humor. Antes de poder pensar en nada más, Victoria llegó, con lo que parecía un chisme de último minuto. Me tomó a mí, mi hermana Raquel y a Valentina, lejos del chico.

―¡Fabrizio se me acaba de confesar, y me regaló esto! ―dijo Victoria alterada.

Tenía en sus manos un pequeño objeto metálico, un poco más grande que una moneda. Era un pin de Sinsajo, reconocido por ser un símbolo en las películas de los Juegos del hambre, las cuales estaban de moda en ese momento.

―No puedo aceptarlo, yo he estado saliendo con Emerson, es posible que nos hagamos novios pronto, ambos nos gustamos… creo que no debería aceptarlo ―confesó Victoria.

Mi corazón latía como loco y mi mente comenzó a procesar la información, ya sabía su nombre, ¡qué nombre! Fabrizio. Volviendo al presente, ¿se le había confesado a

Victoria? Pero si apenas llevaba semanas asistiendo a la iglesia, era muy rápido.

―Acompáñenme a devolverlo ―dijo Victoria tomándonos a las tres por el brazo. 

De un momento a otro estaba frente a él. Victoria dio un paso al frente y extendió su brazo, ofreciéndole de vuelta el pin.

―Gracias, pero no puedo aceptarlo ―confesó Victoria. 

Él lo tomó sin decir palabra, ella, antes de irse, nos miró con una mezcla de preocupación y vergüenza, pensando «es una pena, pero tenía que hacerlo». Valentina fue tras de ella, dejándome a mí y a mi hermana a solas con Fabrizio, que no nos había visto, de hecho, parecía no percatarse de que estábamos ahí.

Aquí debo confesar que, a pesar de que estaba ahí, frente a él; mi crush en carne y hueso, y teniendo una oportunidad como nunca antes para hablarle sin la mirada juzgadora de los demás, estaba muy interesada en el pin. Pueden juzgarme si quieren, pero era la primera vez que veía uno de esos en persona, de hecho pensaba que era imposible conseguirlos en mi país. Y sí, estaba obsesionada con este chico, pero antes de eso, estaba obsesionada con Los juegos del hambre. Me senté al lado de Fabrizio, tratando de conseguir que me mirara y así poder decirle algo… pero antes de que nada pudiera salir de mi boca, él habló:

―Peléense por él ―dijo Fabrizio secamente, se levantó, soltó con desdén el pin sobre la silla, y se fue.

Quedé en shock, miré a mi hermana frente a mí, ella me miraba también sorprendida, se alzó de hombros tomó el pin y se sentó a mi lado. Aparentemente, Fabrizio leía mentes. Al llegar a mi casa esa noche, me acosté en mi cama y viendo hacia el techo, me puse a pensar en todo lo que había ocurrido. Este primer encuentro, me dejaba con varias cosas que analizar. Me daba curiosidad de dónde Fabrizio había conseguido el pin de Sinsajo, que además era un muy buen regalo. Uno muy considerado, tomando en cuenta que sabía que Victoria era fan de Los juegos del hambre. Por otro lado, él estaba realmente herido por el rechazo de Victoria, a juzgar por el ánimo horrendo que tenía luego de que ella lo rechazara, provocando que nos ignorara por completo a mi hermana y a mí. Me hacía pensar: a él le gustaba Victoria… sí, estaba claro, pero, ella y yo no teníamos ningún parecido, nada en común, es más, éramos todo lo contrario.

 Ella tenía el cabello esponjado y castaño claro, el mío era liso y café oscuro, y lo llevaba siempre en una cola. Ella era muy delgada y alta. Yo era bajita, no era gorda, pero era de espalda ancha. Su piel era blanca como la leche, y yo de tez trigueña. ¿Cómo era posible que él se fijara en mí siendo su crush y yo tan diferentes? Sin embargo, no pensaba rendirme, ahí tendida en mi cama me puse un objetivo: así no lograra que él se enamorara de mí, iba a lograr hacerme su amiga. Y eso fue lo que pasó.

Mi plan de saludarlo todos los días que iba a la iglesia ya no era suficiente si quería

hacerme su amiga, tenía que poder conversar con él. Esto no era tan sencillo considerando

que no tenía idea de cuáles eran sus intereses, pero hacía todo lo que estaba a mi alcance.

Cuando todos los jóvenes se ponían a hablar al final del culto, me acercaba a él, escuchaba

de qué hablaba, trataba de meterme en la conversación. Comencé a vestirme con camisas de cuadros también, sí… como lo lees. Un intento desesperado porque tuviéramos algo en común y que él se diera cuenta. Espero que no haya notado que solo tenía una camisa de cuadros, la cual era feísima, pero era lo que tenía.

Aparte de los cultos generales de la iglesia, comencé a intentar hablarle en las reuniones de jóvenes que ocurrían una vez cada dos semanas, pero siempre estaba el problema de que estaban todos allí, mucho más cerca, mucho más pendientes de mí, eso me decía mi cabeza. Sin embargo, fue uno de esos días en los que hablando entre todos, surgió el tema de que no sabíamos su apellido.

―Fabrizio Bianchi ―dijo enseñando su cédula.

De alguna manera que no recuerdo bien, obtuve su número de teléfono, el resto vino solo. Le escribía constantemente, poco a poco, empezamos a tener confianza. Comencé a

saber mucho más de él, descubrimos que teníamos muchos gustos en común: a ambos nos gustaba El señor de los anillos y Star Wars. También descubrí que era fan de Narnia igual que yo, y que ambos sabíamos tocar la guitarra. Hasta teníamos un apodo, originario de la canción Hey Brother de Avicii; empecé la costumbre de saludarle por chat con un «hey brotheeer», a lo que él me contestaba con un «hey sisteeer». Y después quedó, nos llamábamos brother y sister, respectivamente. Conseguía hacerle reír con mis ocurrencias, él me contaba cada vez más cosas. Hasta que un día recibí un mensaje de él diciendo que necesitaba mi consejo para enamorar a una chica. Al leer esto me puse muy nerviosa, le di algún pequeño consejo genérico, y luego le pregunté lo más obvio: quién era ella. Le dio vueltas a mi pregunta, evadiéndola por vergüenza, he de suponer, hasta que al final cedió a mi insistencia y me dijo que le gustaba mi hermana.

Por supuesto, mi hermana. Mi hermana que tiene ojos claros, verdes, bellísimos. Mi hermana de piel clara y cabello esponjado. Le gustaba mi hermana, no le gustaba yo. Lo siguiente que hice es un poco vergonzoso para mí; le di consejos para enamorar a mi hermana. Le hablé de sus intereses, a mi hermana le encantaba leer, también era fan de Los juegos del hambre, también de otras sagas que estaban de moda. Fabrizio no paraba de bombardearme con preguntas, respondí cada una de sus dudas con honestidad. La única en la que le mentí, fue cuando me preguntó si ella estaba interesada por él, le dije que era probable. Y no era cierto, era más que improbable, era imposible. Mi hermana no solo no tenía interés por él, ella lo aborrecía. Le parecía el ser más soso y aburrido que había conocido en su vida, nada en él le llamaba la atención, lo más sorprendente era que ella no dejaba de demostrarle su desdén cuando él le hablaba. Aun así, él seguía pidiéndome consejos y yo seguía dándolos.

Considerando la situación, dejé de alimentar mis esperanzas de que alguna vez él me quisiera. Odiaba cada vez que él me preguntaba por mi hermana, en muchas ocasiones

tuve que mentir, solo por poner nuestra amistad por delante, porque no quería ser yo quien

le rompiera el corazón. Pero a la vez, esto alejaba la posibilidad de que se interesara en mí,

o que supiera de lo que yo sentía por él. Era una terrible paradoja, que solo terminaba en

mí, quedando con las manos vacías.

Por esa época, empezó la crisis económica en el país que provocó que la gente comenzara a emigrar. En mi iglesia, los primeros en irse, fueron los pastores. Cuando se fueron a Panamá, al poco tiempo regresaron con las noticias de cómo les había ido. Y sugirieron que las familias que estuviesen interesadas en emigrar, primero visitaran el país, para conocer todo antes de dar ese gran paso. No necesariamente tenía que ir toda la familia en ese viaje, pero al menos un integrante. Mi papá estuvo incluido en ese grupo y también, Fabrizio. En el viaje tenían planeado asistir a una conferencia de varios días, acerca de algo que no recuerdo bien, pero tenía que ver con ecología. Durante el viaje no dejamos de hablar por Whatsapp, ni siquiera un día. Habían pasado al menos semana y media en Panamá,  ese día que nos volveríamos a ver en la iglesia, no dejaba de escribirme diciéndome lo emocionado que estaba por llegar.

Llegué a la iglesia y aún no había llegado, así que me senté en las sillas de la primera fila a esperar. Había dejado de responder mis mensajes y me tenía al borde de la ansiedad.

Al cabo de un rato, apareció en la entrada, caminando con saltitos, parecía rebotar de la

emoción. Me acerqué y lo abracé, me correspondió abrazándome aún más fuerte.

―Te traje algo ―dijo. 

Eso explicaba lo emocionado que estaba. Me llevó hacia afuera del

salón, lejos de los demás, me entregó su regalo; unos audífonos preciosos color morado, marca Sony, en su paquete, pero sin envolver. Le di las gracias y lo volví a abrazar. Le

pregunté más sobre el viaje mientras nos acercábamos a la gente otra vez, luego cada uno tuvo que irse a su puesto usual, ya que el culto iba a empezar. Al terminar, me encontraba con mi hermana, saludando a las personas a las que no había podido saludar al principio, cuando Fabrizio se nos acercó, y le entregó a ella un regalo; el primer libro de El señor de los anillos.

―Toma, Raquel, es para ti ―dijo Fabrizio al entregarselo―. Y esto es para las dos. 

Me entregó un CD del soundtrack de la secuela de Los juegos del hambre: En llamas. Él bien sabía, era mi más reciente obsesión. Si sacabas la hoja impresa con las letras de las canciones, la podías desdoblar y de un lado tenía la imagen con todos los «vencedores», que era una imagen promocional de la película, del otro lado un póster grandísimo de la protagonista apuntando de frente con su arco. Era fabuloso. Tanto mi hermana como yo estábamos sorprendidas, no era normal para nosotras que alguien regalara tantas cosas. En mi mente, aún sospechaba de su interés por mi hermana, pues el regalo también fue para ella, a pesar de que desde hace algún tiempo él no me preguntaba por ella como antes. Decidí no sacar conclusiones esperanzadoras, entonces, ya no era una tortura, estaba muy feliz siendo solo su amiga.

Pasaron unas cuantas semanas, y en una de nuestras conversaciones diarias, me dio la noticia de que su familia había decidido emigrar a Italia. Su padre es italiano, sus abuelos viven allá, y con la situación del país, lo consideraron una buena oportunidad. La noticia era pesada para mí, el plan era mudarse en un mes. Sin embargo, Fabrizio no sabía si se mudarían definitivamente o regresarían, eso me daba una pequeña esperanza de que lo volvería a ver. Cada vez que hablábamos en la iglesia apreciaba un poco más el tiempo que compartíamos.

Mi familia no planeaba irse del país, teníamos planeado un viaje de una semana a la isla de Margarita. La noche antes del viaje Fabrizio y yo nos desvelamos hablando, como ya era costumbre.

Fabrizio Bianchi

Tengo algo que decirte. 

Rut Mencía

 Okay… dime. 

Fabrizio Bianchi

Lo he estado pensando, sé que somos amigos. Pero creo que desde hace un tiempo me

gustas.

Y morí. Me tomó absolutamente por sorpresa. No pude ocultar mi asombro, y no pude ocultar lo que sentía. Le dije la verdad, lo saqué desde el fondo de mi corazón, porque desde hace tiempo lo había enterrado muy lejos de la superficie. Pero tenía que darlo todo, porque por fin sí pasó: yo le gustaba.

Rut Mencía

Estoy temblando

Fabrizio Bianchi

Yo igual

Rut Mencía

Nunca me había pasado esto… siempre 

me gustaba alguien, pero es la primera vez 

que alguien me gusta y yo también le gusto. 

¿Qué se hace ahora?

Fabrizio Bianchi

Ni idea

Los días siguientes fueron una tortura. Bien, no fue una tortura como tal, porque ambos estábamos extasiados de felicidad e ilusión, pero la situación no nos era favorable. No nos íbamos a poder ver hasta que yo regresara de Margarita, y después de regresar, una

semana exacta después Fabrizio se iba a Italia. Así que sí, era una tortura. El hecho de saber que nuestros días juntos eran limitados me mataba, no dejaba de preguntarle si había

alguna posibilidad de que regresaran de Italia. Cada vez que escribía me daba vida. Me emocionaba pensar cómo sería cuando nos volviéramos a ver en la iglesia. Y el día por fin llegó.

Era un martes, el primero de los dos días que nos podríamos ver, antes de que él se fuera. Cuando llegué, él me estaba esperando en el piso de abajo. Nos saludamos como siempre, mejilla con mejilla, pero él se giró un poco, en vez de su mejilla puso un beso en la mía. No fui capaz de decirle nada, estaba temblando. Pensé que tomaría mi mano al subir las escaleras, pero cruzó los brazos. Se veía cómico, subiendo las escaleras a mi lado de brazos cruzados, pero pude entender que eran los nervios. Estupendo, yo no era la única. El resto del culto, no pude verlo, porque tenía encargado ayudar con los niños. Así que cuando terminó el culto conseguí una excusa para bajar, tenía que llevar unas cosas al salón de los niños, me escapé. Cuando llegué, él estaba ocupado, no pudo prestarme mucha atención, de hecho, no me dirigió la mirada ni una vez. Dios.

Volví al salón principal, traté de distraerme un rato saludando a los demás, pero no pasó mucho más tiempo cuando me encontré en el salón de los niños una vez más. Ya había terminado la clase de niños, todos estaban saliendo, Fabrizio seguía ocupado guardando cosas. Le ayudé, terminamos de guardar las cosas, no había más nadie en el salón, gracias a mi desesperación por verlo, reuní las fuerzas para hablarle.

―Entonces, ¿te vas? ―dije.

Fue la única frase que pude producir, salió de mí como el gas de una botella de refresco batida.

―Sí ―dijo Fabrizio, inclinado de hombros, se balanceaba sobre los talones y la punta de los pies.

Este hombre era muy nervioso. Como no tenía más nada que decirle, y ya todos nos estábamos yendo, me despedí con un abrazo. Honestamente, solo estaba buscando excusas para tocarlo. Recuerdo que cuando nos separamos, nos quedamos un rato viendo. Había muchas cosas en su rostro que me gustaban, pero mi favorita era, sin duda, el café rojizo de sus ojos. Volví en mí unos segundos después, los que se sintieron horas, y cada uno se fue con su familia. Y así terminó el primer día. El segundo día, fue un regalo de Dios, un día extra que tuvimos gracias a que los demás jóvenes querían hacer una salida, antes de que Fabrizio se fuera del país. Fuimos al cine.

Ese día, todos los que fueron ya sabían que Fabrizio y yo nos gustábamos. Emerson y Victoria ya eran novios oficialmente, pero ella se había ido a Panamá. Emerson conspiró para que Fabrizio y yo nos sentáramos juntos en el cine. La verdad, no recuerdo qué película vimos, ni tampoco recuerdo que haya pasado algo demasiado especial durante la película… creo que estaba demasiado nerviosa. La magia ocurrió cuando salimos de la sala de cine. Como aún no era tan tarde, todos nos pusimos a caminar por el centro comercial, una vez más, Emerson de alguna forma hizo que Fabrizio y yo camináramos solos un rato, con lo cual mis hermanos no estuvieron muy de acuerdo, no dejaban de acercarse y de discutir con Emerson. Mientras tanto, yo solo estaba caminando al lado de Fabrizio, apenas

podía mirarlo.

Como si alguien hubiese notado que éramos dos niños enamorados, empezó a sonar de la nada You’re beautiful de James Blunt. 

―«My love is brilliant… my love is pure, I saw an angel… of that i’m sure. You’re beautiful… you’re beautiful, you’re beautiful, you’re beautiful, it’s true» ―Fabrizio cantó por encima de la música del centro comercial, hacía gestos con sus manos hacia mí. Se ponía la mano en el pecho, no pude evitar reír. 

El tercer día fue un sábado, los jóvenes planearon una despedida para Fabrizio. Era el último día. El día anterior lo dediqué entero a hacerle un cartel de despedida, dibujé un globo aerostático, con una cinta alrededor que decía «buen viaje» en italiano. Y dejé espacio en blanco alrededor para que todos le escribieran un mensaje de despedida. Cuando la

reunión terminó, una vez más Emerson ya tenía un plan, Dios lo bendiga. 

La reunión de jóvenes fue en su apartamento, y como vivía en planta baja, apenas saliendo del lugar, se encontraba el estacionamiento del edificio. Nos llevó allí afuera, lejos de los demás, y cerró la puerta tras él, ese hombre de verdad pensaba en todo. Estábamos los tres de pie, en el estacionamiento del edificio, completamente solos, viéndonos las caras gracias a las dos luces amarillas del estacionamiento, y el poste de la calle.

―Victoria y yo sabemos lo difícil que es comenzar una relación a distancia, pero hemos logrado mantenerla. Es por eso que los dos queremos regalarles este calendario, pueden escribir los momentos especiales que tengan durante su relación, y eso les ayudará a no hacer tan dura la separación ―dijo Emerson, nos entregó un calendario, de estos grandes, como del tamaño de dos hojas carta. El calendario era de paisajes del mundo, cada día tenía un recuadro para escribir.

Ni Fabrizio ni yo, como las bolas de nervios que estábamos hechos los dos hicimos algo. Emerson lo volvió a ofrecer, extendiendo su brazo, reaccioné y lo tomé. 

―Creo que deberías tenerlo tú ―dije, y le entregué el calendario a Fabrizio. 

Acto seguido Emerson dijo que nos dejaría solos y se fue. Ahora solo estábamos Fabrizio y yo. Escuchaba los gritos de mis hermanos, queriendo salir, al mismo tiempo que Emerson abrió la puerta de su apartamento, entró y cerró. Él estaba decidido a darnos un momento a solas. No podía ver a Fabrizio a los ojos, pero sí logré hablar. 

―¿Escribirás en el calendario? ―dije, a la vez que me reía, intentando aligerar el ambiente, pero en verdad, me causaba gracia la idea de imaginarlo a él anotando algo ahí. Pero él no se rio, me miró seriamente. 

―Sí, creo que sé qué es lo primero que voy a anotar ―dijo Fabrizio, se inclinó para besarme.

Cerré los ojos y giré la cabeza, esquivé su beso. Él se paralizó y bajó la mirada. Le expliqué que no quería que nuestra relación comenzara tan precipitada con un beso, quería que todo fuese poco a poco, que nos tomáramos de la mano, que compartiéramos más cosas, luego, compartiéramos un beso. Él asintió, aún viendo al suelo. De repente, tomó mi rostro en sus manos y me besó la frente. Apoyó su rostro en el mío, y yo tomé su mano. Cerré mis ojos, nos quedamos así por un rato.

Su abuela vino a buscarlo, también nos llevó a mí y a mis hermanos a nuestra casa. En el corto viaje no intercambiamos palabra. Fui la última en bajarme del carro, caminé a su

puerta y nos dimos un último abrazo a través de su ventanilla. Fue un abrazo largo y fuerte,

y antes de soltarme, me dio muchos besos en la mejilla. Me despedí de su abuela, y me fui.

Mientras caminaba a mi casa, me di la vuelta para ver su carro alejarse.

Epílogo

Fabrizio y yo tuvimos una relación a distancia que duró un año. En un par de ocasiones le terminé, pero a los días volvíamos. Tengo un amor por James Blunt gracias a ese momento en el centro comercial y a otras canciones de él que a Fabrizio le gustaban. Fueron de las primeras canciones que aprendí a tocar en la guitarra. Resulta que todos en la iglesia sabían de nuestro pequeño romance y sospechaban que él gustaba de mí desde antes de que él siquiera lo supiera. Decían que no estaban seguros de a quién le gustaba él, si mi hermana o yo. Cuando se enteraron de que éramos novios, bromeaban con mi papá diciendo que hizo igual que Labán, un personaje bíblico que le entrega su hija mayor a Jacob, cuando este le había pedido casarse con la menor, la cual también se llama Raquel, igual que mi hermana.  Yo soy mayor que Fabrizio por dos años. Cuando me empezó a gustar, él tenía catorce. Cuando cumplió los quince, invitó a mis hermanos y a mí a su casa. Sobra decir que me decían «asaltacunas».

En algún momento Fabrizio me dijo que nunca escribió nada en el calendario, de hecho, no sabía dónde lo había dejado. Él fue quien terminó la relación definitivamente. Teníamos semanas hablando muy poco, él estaba ocupado todo el tiempo en clases o saliendo con sus amigos, y la diferencia de horario tampoco ayudaba. Yo tenía tiempo sintiendo la distancia, pero no quería que todo terminara. Un día recibí un mensaje de él diciendo que ya no podía más, y eso fue todo.

Hasta la fecha, Fabrizio nunca ha vuelto a Venezuela, sigue viviendo en Italia. Fabrizio es, en definitiva, una persona que le gusta regalar cosas. A lo largo de nuestra relación, estos fueron todos los regalos que me dio: una guitarra acústica Yamaha que sigo usando hoy en día, junto con su estuche, una púa y un capotraste. El libro en italiano de Siempre el mismo día, una de mis historias románticas favoritas. Dos libros de la trilogía de El señor de los anillos. Un álbum con el soundtrack de la película En llamas, con un póster que sigue pegado en mi habitación. Una tableta gráfica para dibujar en digital, la cual aún uso hoy en día en el trabajo. Dos pulseras tejidas, una con una piedra ámbar y otra con un ónice. Un collar con una púa de guitarra que tiene escrito con liquid paper «sister». Hoy en día, creo que aunque él me atraía muchísimo físicamente, realmente no teníamos tan buena conversación. Por muchos gustos en común que tuviéramos, ambos teníamos objetivos diferentes en la vida. Pero es, sin duda alguna, el enamoramiento más lindo que he tenido hasta ahora.

Aún hoy me arrepiento de haber esquivado su beso.