Amantes de medianoche

2023-09-01 Egliannyg Acevedo

En la colina más alta de la ciudad hay una mansión que parece estancada en el tiempo. Solo puedes verla bien en los días soleados, si observas cuidadosamente te encontrarás de pronto con un sentimiento de que estás viendo una fotografía de los años setenta. En días nublados, los que son más comunes en esta ciudad, la mansión se camufla entre las nubes y llega a parecer el escenario perfecto de un libro de suspenso de Agatha Christie. En la mansión vive una de las personas más queridas de la ciudad, el señor Guzmán, el abuelo de Laura. El señor Guzmán es reconocido y querido por sus obras de arte, pero las de su autoría porque esas no existen, distinguido por las que colecciona. El señor Guzmán ha trabajado con el negocio del arte desde finales de los años ochenta, una vez que tuvo en su poder los suficientes cuadros comenzó a regalarlos. Los cuadros del señor Guzmán los encuentras en toda la ciudad, desde el lobby de un lujoso banco hasta el café casero de la calle Santa Fe.

Como es de esperarse, la casa de la colina del señor Guzmán está repleta de pinturas y otras obras, incluso, su misma casa es una obra de arte de un famoso arquitecto de los años setenta; los pasillos y las habitaciones de la casa del señor Guzmán están forrados con cuadros de todos los tamaños que puedas imaginar, los hay desde pintores superconocidos, hasta algunos que están a crédito de «anónimo».

A la nieta del señor Guzmán, Laura, le encanta la casa de su abuelo y ama pasar los días allí admirando las obras, su cuadro favorito es uno de esos que pertenece a un autor

desconocido. La primera vez que Laura lo vio quedó enganchada a él en alma y corazón,

tendría unos seis años cuando descubrió esa hermosa pintura de una pareja que baila

descalza, en medio de una ciudad paralizada por la noche; sus colores la hacían parecer una fotografía que un lienzo, ese baile entre dos mundos le fascinaba.

Desde entonces, era normal encontrar a Laura sentada frente a aquel cuadro, con el

entrecejo fruncido y una mirada calculadora intentando adivinar la historia que se encontraba detrás de esa romántica pintura. A veces la podías escuchar hablar horas y horas sobre sus miles de teorías acerca la historia detrás de la pintura, muchas veces la escuchabas preguntarle al señor Guzmán si en realidad no sabía quién había sido el pintor, luego escuchabas al abuelo responderle que de verdad no lo sabía.

El señor Guzmán amaba a su nieta, de todos sus nietos, Laura era la única que había heredado su inconmensurable amor por el arte, por eso no importaba las millones de veces que su nieta le preguntara lo mismo sobre la pintura, siempre respondería alegremente. Con el paso de los años el amor de Laura por el cuadro se contagió también a su abuelo, juntos intentaron encontrar al autor, pero era un callejón sin salida, su única pista eran unos números colocados al azar en el marco de la pintura, que después de darles muchas vueltas dieron con que eran las medidas del marco.

Cuando Laura llegó a la adolescencia como una damita muy hermosa, y los chicos querían intentar algo con ella, sin mucha meditación les mostraba el cuadro, si no lo entendían tal como ella lo hacía, los cortaba enseguida, se había prometido a sí misma que nunca tendría una historia de amor que no se pareciera a la de «amantes de medianoche», como ella misma había titulado la obra.

Una madrugada de abril, después de una noche de insomnio, caminó hacia el pasillo donde estaba el cuadro y se sentó frente a él por millonésima vez, comenzó a detallar pincelada por pincelada como llevaba haciendo desde pequeña. El tono dorado entraba por la ventana del pasillo iluminándolo, Laura se sintió en otro lugar, ya que normalmente iba por esos lados en horas de la tarde y el pasillo solía tener un tono gris porque el sol no entraba

directamente.

Un tenue rayo de luz acariciaba a los amantes de medianoche dándoles un tono aún más hermoso que hizo que Laura se enamorara nuevamente de ellos, siguió observando cada trazo, cada línea de pintura, imaginándose miles de historias detrás de las personas que bailaban tan enamoradas en la soledad de la medianoche.

El rayo de luz incrementó su brillo, revelando una frase escondida justo sobre ellos, Laura abrió los ojos por unos segundos, pestañeó varias veces para aclarar lo que estaba

viendo, esas letras, eran reales. No podía creerlo, llevaba observando la pintura durante años, y nunca había visto indicios de alguna letra. Se levantó rápidamente sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho, se acercó a los amantes y leyó cuidadosamente:

«El amor encuentra su camino».

Millones de preguntas se arremolinaron en la mente de Laura, buscando un significado a esa sutil frase, necesitaba comprender a qué se refería. Caminaba de un lado a otro enroscando las puntas de su cabello, musitando por lo bajo las respuestas más lógicas para la frase. Se giró nuevamente al cuadro y el aumento de la luz en el cuadro había revelado otra frase junto a los pies de los amantes, leyó: «Quería bailar contigo para siempre». «¿Quería?», pensó Laura.

Leyó una segunda vez las dos frases juntas, ahora estaba más confundida. Se alejó unos metros del cuadro y luego se acercó nuevamente para tomarlo entre sus manos y llevarlo más cerca de la ventana con la esperanza de que si lo exponía por completo al sol encontraría las respuestas. Apareció otra frase: «Encuéntrame en nuestra plaza». Soltó un bufido de desespero, examinó con mucho cuidado cada parte del cuadro buscando más frases, pero no había más. Después de años esas tres eran las únicas pistas que había obtenido sobre los amantes de medianoche. Laura se sentó en el suelo del pasillo con el cuadro sobre las piernas y un sollozo atascado en su pecho, se preguntaba cuál podía ser esa plaza, si acaso era que ellos habían vivido en la misma ciudad.

El señor Guzmán apareció en el pasillo buscando a Laura para bajar a la ciudad a tomar el desayuno en el café de siempre, venía tarareando alguna canción que a Laura le gustaba, pero se detuvo al encontrarse con una hermosa nieta tan sosegada con los amantes entre las piernas. Se acercó cuidadosamente para encontrar una respuesta. Laura lo vio llegar y el sollozo que había estado reprimiendo salió, con una voz quebrada le dijo:

—Abuelo, no es una historia de amor.

—¿Cómo que no lo es? —El señor Guzmán se sentó junto a ella en el suelo para poder consolarla y observar mejor la razón de la tristeza de su nieta. Observó la pintura y

entonces se percató. Tomó la pintura entre sus manos para detallar mejor—. ¿De dónde

han salido estas frases?

—Es por el sol —respondió Laura llorosa señalando hacia el rayo de luz que iluminaba el sitio vacío de los amantes—, aparecieron con la luz del sol.

Su abuelo examinó detenidamente las frases, colocó otra vez el cuadro al sol, buscó algún indicio de una firma, pero no encontró nada. Se giró a ver a su nieta.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó. Sí, conocía bien a Laura, y claro que lo hacía, estaba seguro de lo que ella quería hacer—. Tenemos dos opciones; buscar esa plaza o ir a desayunar y cuando regresemos pensar con la cabeza fría y el estómago contento.

Laura rio tristemente, volvió a ver el cuadro y se decidió por la segunda opción. Cuando estaban colocando la pintura en su sitio se escuchó un fuerte trueno que hizo retumbar las paredes, algo muy extraño tomando en cuenta que el cielo estaba despejado. Fueron al garaje listos para salir por el desayuno, pero al sacar el auto quedaron muy confundidos. El sol había desaparecido, era de noche y llovía.

Ambos se vieron con expresiones de confusión y preocupación, buscando en la mirada del otro una respuesta a lo que estaba sucediendo. Se escuchó otro trueno. Lauro tembló en su asiento y su abuelo le tomó la mano, la lluvia cesó dando paso a una suave llovizna, entonces salieron del auto en busca de respuestas.

A simple vista todo parecía igual que siempre, la mansión estaba en su lugar, las luces de la ciudad brillaban como solían hacerlo de noche, pero al fijar la vista en el cielo, tal como hizo Laura, las nubes parecían pintura a medio secar, muy confundida miró nuevamente la mansión, esta vez notó que estaba hecha de óleo ya seco, se giró a ver el auto en estado para confirmar lo que creía y un grito se ahogó en su garganta.

—Abuelo, todo está hecho…

—De pintura, por lo que parece estamos en una pintura.

—No están en cualquier pintura —habló una voz que resonó por todos lados provocando un grito ensordecedor de parte de Laura, ella abrazó a su abuelo. El señor Guzmán la apretó en sus brazos mientras giraba la cabeza a todos lados intentando adivinar de dónde venía la voz.

—¿Quién eres? —preguntó.

—Soy el narrador —respondió la voz.

Aunque resonaba, Laura se percató de que la voz era en realidad suave, casi melancólica, pronto se sintió un poco más tranquila, se soltó de los brazos de su abuelo y con mucha atención comenzó a observar nuevamente las cosas a su alrededor, se percató que su abuelo también parecía estar hecho de pintura, una más realista y con más detalles, se vio las manos y notó que ella igual parecía de pintura.

—¿Eres el narrador de la pintura? —preguntó a la voz.

—Estás en lo correcto, y también soy el que los ha traído hasta aquí.

—Las pinturas no deberían tener narradores —musitó Laura muy bajito, hizo un brinquito cuando el narrador le respondió.

—Todas las pinturas tienen un narrador, cada pincelada contiene un fragmento de historia. Tú deberías saber eso mejor que los demás, te he visto mirarnos durante horas 

Esa última frase del narrador le hizo entender a Laura y al señor Guzmán en cuál de todas las pinturas de la mansión se encontraban.

—Es cierto —respondió Laura con una sonrisa, sintió que su corazón le dio un vuelco y recordó algo importante—, eso quiere decir que has escuchado todas mis teorías.

—Tienes una gran imaginación —respondió la voz, la sonrisa de Laura se ensanchó.

El señor Guzmán, preso de su emoción después de escuchar la declaración del narrador,

caminaba de un lado a otro observando cada detalle, observó a su nieta que hacía lo mismo

que él, podía asegurar que estaría intentando descubrir qué tan lejos estaban de los

amantes.

—Si se me permite interrumpir la conversación me gustaría saber con qué propósito nos trajiste —dijo el señor Guzmán.

—Ya descubrieron las frases, es hora de que conozcan la verdadera historia, pero hay una condición —al decir esa última palabra una brisa helada entró en escena y provocó un escalofrío en Laura, el señor Guzmán sintió un mal sabor en la boca—, si no descubren la pista fundamental, no podrán regresar.

Laura abre los ojos, las palabras se quedan encerradas en su boca. El señor Guzmán siente un leve temblor en sus manos que intentan controlar al juntarlas, después de unos segundo abraza a su nieta susurrándole un «podemos hacerlo». Laura le asiente, a pesar del miedo de quedarse dentro del cuadro está segura de que solo ellos dos podrían lograr la condición del narrador.

—Acepto —dijo Laura a la voz.

—No tenías otra opción —respondió el narrador, de pronto todo el panorama comienza a cambiar drásticamente, la pintura nueva cae formando el nuevo escenario, uno bastante conocido para ambos. Se escucha un reloj que marca la hora, la pintura deja de caer—. Aquí es donde todo sucedió, disfruten el show.

El corazón de Laura late con tanta fuerza que lo escucha resonar en su cabeza. Toma fuertemente la mano de su abuelo y caminan juntos hasta un banco que se encontraba a orillas de su escenario favorito. Nunca en la vida había estado tan emocionada como en aquel momento, bajo la luz de una farola de óleo, esperaba pacientemente para ver de primera mano la historia de sus amantes.

Se escuchó otro trueno y un suave ritmo de jazz comenzó a sonar, el ambiente cobró vida y la historia de los amantes de medianoche comenzó, siendo contemplada por Laura y su abuelo, el señor narrador comenzó su relato.

La noche fría como el corazón de la joven se cierne sobre ellos, ambos caminan juntos de la mano por las solitarias calles de la ciudad que parece detenida en el tiempo, atrapada en un pequeño fragmento de espacio en el que solo existen ellos dos. A la vista de cualquiera parecerían una simple pareja más de enamorados, quizás lo son, o intentan serlo, pero dentro de sus corazones se esconden sentimientos diferentes.

El sonido de la música se les mete en los huesos y el chico comienza a cantarle en un susurro la canción a la chica, ella por un último momento se deja caer en sus encantos.

Juntos comienzan a cantar su canción, acto seguido dan inicio los pasos de baile, y así se

dejan llevar por última vez, en un baile en el medio de la ciudad, en el medio de la noche,

donde los únicos testigos son el asfalto de la calle y las farolas.

Llegan a una parte muy mojada por la lluvia de hace unas pocas horas, ella calza tacones altos y se detiene, él la observa y decide que esa noche nada lo detendrá de bailar con la chica que ama; se saca los zapatos y corre hacia los charcos de agua invitándole a unirse a él, la chica lo mira con nostalgia, preguntándose en qué momento sus sentimientos

cambiaron.

Ella se quita los tacones, corre hacia sus abrazos y continúan bailando con una alegría indescriptible, las notas de la canción que pregona su final. El chico le toma la mano

izquierda y la gira hacia su pecho, la sostiene firmemente con el brazo por su espalda para

luego inclinarla poco a poco hacia atrás, en un paso de baile que termina con un corto y

cálido beso; ella lo ve a los ojos con nostalgia, dolor y decepción, él no percibe nada, solo

puede observarla con amor y adoración. La pone de pie nuevamente y siguen bailando

salpicando agua por todas partes hasta que termina la canción.

La chica se queda de pie frente a él, pensando si es el momento de decirle lo que siente, y él por primera vez nota que en sus ojos no está la chispa que buscaba, siente un dolor en el pecho, y la incertidumbre se hace presente encogiendo su corazón. Ella decide que llegó la hora de ponerle fin a ese amargo amor.

—Ya no te amo —dijo.

El frío invade el cuerpo del chico por primera vez en toda la noche. Millones de

preguntas atraviesan su mente como las flechas de un arquero entrenado, los ojos se le

llenan de lágrimas que comienzan a caer lento por sus mejillas.

—¿Cómo que ya no me amas? Si hasta hace un momento estábamos bailando como siempre.

—Era un baile de despedida. No puedo creer que ni siquiera fuiste capaz de notar eso.

—¿Cómo quieres que lo note si estabas riendo como sueles hacerlo? —gritó el chico desesperado.

—No, no lo estaba. No sabes cómo soy, no me ves, ese es el problema —Las lágrimas negras bajan lentamente por su mejilla y ella las seca con furia. La chica corre a recoger sus tacones para marcharse lo más pronto posible, antes de que cualquier movimiento de parte del chico pueda derrumbarla. Da tres pasos y se gira de nuevo hacia él para pronunciar las últimas palabras—. En todos estos meses nunca has visto o entendido realmente lo que siento, solo ves lo que quieres o esperas ver, tal como lo hiciste con este baile. Yo te amaba, te amé desde la primera vez que te vi en el café, pero no puedo amar a alguien que ama la versión de mí que tiene en su mente.

Detiene un taxi que aparece como por arte de magia en la carretera, le echa una última mirada al chico y se sube terminando así su historia. Las gotas de agua comienzan a caer, él se queda paralizado bajo la lluvia, con el corazón destrozado, sintiéndose tan extraño, tan ajeno a sí mismo. Se sentía un exiliado, ella era su lugar, el sitio al que pertenecía, y ahora sin ella no tenía nada. Camina descalzo hacia su hogar, la lluvia se detiene en cierto momento, pero dentro de su corazón continúa una tormenta. Se pregunta en qué momento ella lo había dejado de amar, simplemente no podía encontrar las señales, quizás ella siempre fue muy buena ocultándolas o él fue muy malo para notarlas. Llega a su hogar, ve el lienzo en blanco que lo espera desde hace horas, y con el rostro lleno de lágrimas, las manos mojadas y tembleques comienza a pintar su último momento de felicidad: el baile a la medianoche. No para de pintar hasta que el sol se asoma por su ventana, y entonces en un acto de fe y esperanza decide ocultar un mensaje que solo ella

sea capaz de entender.

«El amor encuentra su camino», la frase que ella le dijo el día que se conocieron. «Quería bailar contigo para siempre», lo que más amaba hacer con ella. «Encuéntrame en nuestra plaza», donde habían tenido su primera cita y el lugar en el que meses antes prometieron encontrarse cuando no pudieran comunicarse.

Tenía esperanza de que ella volviera, pero ella jamás lo haría y él pasaría el resto de sus días en la plaza esperando su regreso. Nunca firmó el cuadro, porque sabía que ella lo

reconocería con una simple mirada. Fin.

El señor narrador de la pintura culminó su relato. Laura lloró desconsolada en los brazos de su abuelo, ninguno puede asumir que los amantes de medianoche en realidad no eran una historia de amor, sino una de desamor.

—Dime que ella volvió por él, dime que ella vio el cuadro alguna vez —dijo Laura al

narrador.

—No puedo decirte cosas que no pasaron, lo siento.

—¿No hay ninguna pista sobre ella? —preguntó el señor Guzmán.

—La que deben encontrar. Tienen quince minutos, el tiempo corre.

El señor Guzmán tranquiliza a su nieta para que puedan comenzar a unir todas las piezas del rompecabezas. Juntos repasaron cada frase de la pintura y de las cosas dichas por ellos durante su pelea final. No encontraron nada que les sirva de pista.

—Diez minutos —habló el narrador.

Laura se levantó y caminó de lado a lado recordando los detalles de la pintura, el señor Guzmán vio la escena mientras revivió los pasos del pintor al colocar el mensaje. Laura pensó en las frases, en especial la que mencionó la plaza.

—Abuelo, ¿sabes la dirección de la plaza? —preguntó Laura—. Creo que esa puede ser la pista.

—Cinco minutos.

—Si es la plaza donde bailaron, está en el parque Primavera, entre la calle Amanecer y la Santa Fe, cerca del café donde siempre desayunamos —respondió el abuelo nervioso—. ¿Podría ser esa la pista? 

—Esa no es, el tiempo está por acabarse.

Laura se concentró en lo que mencionó su abuelo, la palabra café retumbó en su mente y de pronto recuerda que la chica lo mencionó en la pelea. Camina hacia el escenario donde el pintor dejó el cuadro para intentar calmarse y encontrar rápido la respuesta. Vio los

números en el marco que tanto le habían molestado, una idea fugaz llega.

—Tres minutos.

—¿Cuál es la dirección exacta del café casero? —preguntó a su abuelo.

—¿La exacta? Creo que es 1512 —respondió. 

Laura leyó los números en el marco «1512», su abuelo la miró sorprendido y corre hacia ella para corroborarlo, ambos se miran anonadados.

—Un minuto.

—La pista son los números —dijo Laura a la voz—. Son la dirección del café que ella

mencionó. El de la calle Santa Fe.

Se hizo un rotundo silencio, la brisa helada apareció de nuevo erizando la piel de abuelo y nieta. Se miraron preocupados esperando obtener una respuesta del narrador.

—Lo lograron, es hora de que vuelvan, por favor denle un final a esta historia —respondió el narrador. 

Se escuchó un trueno muy fuerte, todo se volvió blanco y a continuación Laura y su abuelo se encontraron frente a la mansión, en un día soleado de abril. Laura corrió a toda velocidad dentro de la casa, buscó el cuadro, lo descolgó y lo admiró sin creerse todavía que estuvo allí dentro, que casi se queda para siempre y que la historia no era lo que creyó. Salió de la casa con el cuadro en mano y junto a su abuelo partieron a la calle Santa Fe, rumbo al café casero que ambos amaban para sus desayunos.

La señora dueña del café los recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Buenos días! Su mesa los espera.

—No venimos a desayunar —dijo Laura rápidamente—. Bueno, en realidad sí, pero primero hay algo importante de lo que debemos hablar.

La señora la vio muy confundida, miró al señor Guzmán esperando una respuesta encontrándose con un rostro tan emocionado como el de su nieta. Laura le entregó el cuadro, ella lo observó y por una fracción de segundo sintió que su corazón se paralizó y los ojos se le llenaron de lágrimas. Detalló cada pincelada de la escena, hasta que dio con las frases y se comenzó a llorar. Laura y el señor Guzmán confirman así que la señora Amanda del café casero es su amante de medianoche.

La señora Amanda les contó toda la historia; cómo lo conoció, cómo se enamoró y cómo se desenamoró. Les narró lo horrible que fue amar a alguien que no te ve por lo que realmente eres, que no puedes encerrarte en un amor en el que tienes que esforzarte por cumplir la imaginación de la otra persona. Les dijo que aunque había dejado de amarlo, esa noche que bailaron descalzos en el medio de la ciudad seguía siendo su mejor recuerdo. Nunca volvió a buscarlo, nunca volvió a pisar la plaza que habían designado. Muchos años después se enteró de que Nicolás Suárez, el famoso pintor, había perdido la vida y lloró como nunca lo había hecho. Después de eso compró ese café en honor a él, porque era el lugar favorito de Nicolás, que todavía visitaba su tumba cada aniversario de aquel último baile para pedirle perdón por ser tan orgullosa y no ser ni un poco capaz de haberle ofrecido una amistad. Laura jamás volvió a usar de referencia a los amantes de medianoche cuando de amor se tratara, estaba segura de no querer un amor así.

La pintura se quedó con la persona a la que pertenece. Unos meses más tarde, la señora Amanda falleció, fue enterrada junto a Nicolás y su pintura. El epitafio reza: «Los amantes de medianoche».

Egliannyg Acevedo

Nacida y crecida en la ciudad costeña de Puerto Cabello, aprendí desde muy corta edad a encontrar fascinación en los pequeños detalles. Desde que aprendí a escribir, encontré en las letras un mundo sin barreras de comprensión y lleno de emociones, por lo que comencé mi camino en la escritura con cartas a mis padres, esas cartas se transformaron en un diario y más tarde llegaron las historias. Soy romántica de todo corazón, me encanta leer finales felices, pero no me gusta escribirlos. Busco que mis historias tengan finales reales, en donde se pierde algo para ganar algo, me encanta escribir historias de amor, pero a veces escribo relatos de otros géneros. Además encontré un mundo hermoso dentro de la prosa y la poesía, y ahora las utilizo para expresar emociones y sentimientos que se arremolinan en mi mente. Las emociones fuertes son parte de mi y al mismo tiempo son parte de mis escritos. Mi objetivo es que las personas puedan encontrar confort dentro de mis personajes.